Ante la llegada del barco abortista a Valencia conviene aclarar que no se trata de una cuestión ligera, sino que conlleva un trasfondo importante. Tanto que para Julián Marías su aceptación social es una de las dos grandes catástrofes del siglo XX. Si se examina la cuestión fríamente, salta inmediatamente a la vista que el ser concebido no tiene ninguna culpa. Ni ha elegido que lo conciban, ni tiene ninguna posibilidad de sobrevivir sin ayuda. Y una vez concebido, tiene unas características únicas e irrepetibles. En caso de nacer, tiene la posibilidad de intentar ser una bellísima persona, aunque también puede sucumbir y quedarse en la oprobiosa ruindad. Pero nadie lo puede intentar por él.
Vivimos en un mundo tremendamente injusto, con desigualdad de oportunidades, con un gran número de jugadores de ventaja y otro igual de grande de irresponsables. Mueren de hambre a diario niños y mayores, y otros no comen lo suficiente. Hay niños que trabajan y multinacionales que se instalan en sitios donde los niños trabajan. Y hay mayores que trabajan en condiciones penosas.
En una sociedad de estas características, una mujer que se haya quedado embarazada puede encontrarse con grandes problemas en el futuro. De modo que esta sociedad, puesto que no sabe proporcionarle unas condiciones de vida adecuada, como tampoco lo sabe hacer con una gran cantidad de gente, le permite que aborte. Pero conviene distinguir cuando se aborta atendiendo al instinto de supervivencia, que cuando se hace por capricho. Cuando una mujer puede hacerse cargo del hijo y previamente ha tenido toda la información y todas posibilidades de evitar el embarazo, y decide abortar, se entra de lleno en la catástrofe que señala Julián Marías.
Permitir el aborto indiscriminado, en cualquier momento del embarazo, es lo mismo que dar preponderancia al fuerte sobre el débil; equivale a institucionalizar el egoísmo, que es la mayor de las maldiciones. Fomentar la aceptación del aborto y su uso generalizado es ir en contra del género humano. El egoísmo es lo que ha propiciado la gran crisis que padecemos, en la que todavía hay algunos que intentan sacar provecho. Fomentar el sentido de la responsabilidad sería más sensato.
'Don Juan Tenorio'
Vivimos en un mundo tremendamente injusto, con desigualdad de oportunidades, con un gran número de jugadores de ventaja y otro igual de grande de irresponsables. Mueren de hambre a diario niños y mayores, y otros no comen lo suficiente. Hay niños que trabajan y multinacionales que se instalan en sitios donde los niños trabajan. Y hay mayores que trabajan en condiciones penosas.
En una sociedad de estas características, una mujer que se haya quedado embarazada puede encontrarse con grandes problemas en el futuro. De modo que esta sociedad, puesto que no sabe proporcionarle unas condiciones de vida adecuada, como tampoco lo sabe hacer con una gran cantidad de gente, le permite que aborte. Pero conviene distinguir cuando se aborta atendiendo al instinto de supervivencia, que cuando se hace por capricho. Cuando una mujer puede hacerse cargo del hijo y previamente ha tenido toda la información y todas posibilidades de evitar el embarazo, y decide abortar, se entra de lleno en la catástrofe que señala Julián Marías.
Permitir el aborto indiscriminado, en cualquier momento del embarazo, es lo mismo que dar preponderancia al fuerte sobre el débil; equivale a institucionalizar el egoísmo, que es la mayor de las maldiciones. Fomentar la aceptación del aborto y su uso generalizado es ir en contra del género humano. El egoísmo es lo que ha propiciado la gran crisis que padecemos, en la que todavía hay algunos que intentan sacar provecho. Fomentar el sentido de la responsabilidad sería más sensato.
'Don Juan Tenorio'
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