lunes, 13 de octubre de 2008

La beatificación de Pío XII

Mientras el hambre mata todos los días a un gran número de personas, y en la actualidad aún más, dada la crisis en la que está sumido el mundo, los Papas dedican sus esfuerzos a canonizarse unos a otros. Se ignora qué beneficios puede tener para la humanidad este detalle. Hace poco, este mismo Papa, Benedicto XVI, alertaba sobre la pérdida de influencia del cristianismo, pero no dio en pensar, pues no lo dijo, que ello debe ser tenido como un fracaso de las jerarquías eclesiásticas. Con sus actitudes, en lugar de atraer a la gente, la espantan. Los cardenales españoles siempre se están inmiscuyendo en la política, mientras las personas desesperadas por cualquier motivo tienen más tendencia a recurrir a El Pocero que a ellos.
Con respecto a la beatificación de Pío XII, han surgido dudas motivadas por su actitud con los nazis. Pero entonces Benedicto XVI da su propia interpretación sobre el asunto y ya está. Pues no debería ser así. Los propios Papas han establecido su infalibilidad, pero esto no se lo creen ni ellos. Baste recordar los hechos de algunos de ellos. Yo propondría ahora la de los cuatro o cinco que intervinieron en el proceso del Cardenal Carranza. Aún hay algunos que lejos de avergonzarse, con tal de defender a los Papas, siembra de dudas la conducta del Cardenal. Probablemente fue mucho más ejemplar que los Papas que le tuvieron preso.
Mucha gente muere de hambre en el mundo, pero al Papa actual, cuando vino a Valencia, le hicieron una habitación nueva, llena de lujo, total para una noche. Y le pusieron a los ricos bien cerca, en un palco VIP. Más interesante que la beatificación de Pío XII sería que entregara los restos de Juan Pablo I a la ciencia, para que el mundo pueda conocer los motivos de su repentina muerte.

1 comentario:

hector dijo...

Creo que hay más aspecto a destacar en el complejo de la Iglesia Católica, de jo como ejemplo:
"España es, antes que una Nación política moderna más, un Imperio católico, y ello ya desde su modo de articulación de los diversos reinos españoles durante la Reconquista y, por supuesto, durante su expansión americana. Ello quiere decir, básicamente, que su estructura política es la de una creciente coordinación, indefinidamente universal, asegurada por un tejido civilizatorio, básicamente político-jurídico, que asegura el apoyo político mutuo de unas unidades socio-políticas grupales dentro de las cuales se preserva a su vez siempre el apoyo social mutuo. Sólo, de este modo, puede conjugarse el respeto a las libertades y derechos propios de cada unidad, o sea de cada una de las “Españas”, con aquel tejido universal que garantiza el apoyo mutuo tanto intragrupal como intergrupal, o sea España como unidad imperial católica.
Apelo a la relativa autonomía de la vida civil y a su consecuente prevención o cautela frente al Estado como un rasgo característico de la tradición del catolicismo civil y político y de la forma de organizar políticamente las sociedades católicas. La política, cuya finalidad es reequilibrar y estabilizar una y otra vez las tensiones sociales, no es posible si no se alimenta incesantemente de motivos metapolíticos. Y estos motivos metapolíticos beben a su vez en el tejido social, civil, cuando éste tiene la fe, y por ello la fuerza suficiente, como para poder comprometerse una y otra vez en la recomposición de sus propias crisis y fracturas. Esta fe, o motivación metapolítica, no mana originariamente del Estado, sino que éste la absorbe una y otra vez del tejido civil, y sólo de este modo puede contar con ella en su planes políticos. De aquí proviene a mi juicio la función metapolítica universal de la Iglesia católica. La Iglesia, en efecto, ha sido siempre una instancia intermediadora universal metapolítica capaz de alimentar la tensión entre política y metapolítica, y esto lo ha hecho siempre pactando con los Estados pero sin fundirse o subordinarse a ellos, al objeto de que éstos la permitan seguir ejerciendo su acción social y mantener vigentes las fuentes comunitarias de los motivos metapoliticos.

De aquí que en los países de tradición católica hayan sido siempre liberales, con un liberalismo sin duda anterior y distinto al liberalismo económico moderno, de raigambre por cierto protestante, al liberalismo de libre cambio o al de la libertad de explotación socioeconómica. El liberalismo católico es el de una sociedad civil que reclama una cierta autonomía frente al Estado en cuanto que confía en sus propia liberalidad, esto es, en su generosidad social, y que se sabe por ello fuente de legitimidad del propio Estado, y actúa siempre por tanto con cierta cautela o prevención frente al mismo."Juan Bautista Fuentes.

Un saludo!!
www.librodearena.com/hector
www.fotolog.com/arraco