La vida nos obliga a estar continuamente juzgando, puesto que siempre se nos presenta más de una opción y no nos queda más remedio que averiguar cuál es la más justa, más conveniente o, en su defecto, menos mala. Pero llevar el juicio más allá de lo que estrictamente se necesita es aventurado y denota un escaso respeto por la justicia. Porque una cosa es juzgar por obligación, en algo que le atañe a uno mismo y cuyas consecuencias le van a afectar. Juzgar sin necesidad, hay que decirlo bien claro, es de bellacos.
El caso es que hace poco ha corrido la noticia de que Milan Kundera había delatado a un espía, con el resultado de que éste había sido condenado a 22 años de trabajos forzados en las minas de uranio. Lo cierto es que, según contó ayer la escritora Monika Zgustova en El País, se dio crédito a la noticia muy precipitadamente y sin contrastar su veracidad. Lo que ocurrió, atendiendo a su relato, es que el espía, llamado Dvoracek, solicitó alojamiento a su amiga Militka. Ésta le dijo a su novio, Dlask, que no la visitara esa noche porque iba a estar con Dvoracek. El presidente de la residencia de estudiantes, en la que vivía Militka, era el también estudiante Milan Kundera. Esa misma noche fue arrestado Dvoracek.
Ahora resulta que en la denuncia figura el nombre de Milan Kundera, aunque no aparece su firma por ningún lado. De modo que ningún tribunal de justicia de un país democrático podría, ni siquiera, tomar en consideración la denuncia. El nombre del genial escritor es muy fácil de escribir y si a este dato le añadimos el cargo que tenía en aquel momento, no resulta tan extraño que figure su nombre. Sobre todo si quien efectivamente puso la denuncia no quería que figurara el suyo. Es lógico pensar, por otra parte, que el novio de Militka tuviera celos y no quisiera que ella lo supiera. Y tampoco hay datos para echarle las culpas a él.
En realidad, el principal culpable es el espía, por ponerse en manos de terceros. Al final, resulta que eran muchos los que estaban al tanto de la situación.
El caso es que hace poco ha corrido la noticia de que Milan Kundera había delatado a un espía, con el resultado de que éste había sido condenado a 22 años de trabajos forzados en las minas de uranio. Lo cierto es que, según contó ayer la escritora Monika Zgustova en El País, se dio crédito a la noticia muy precipitadamente y sin contrastar su veracidad. Lo que ocurrió, atendiendo a su relato, es que el espía, llamado Dvoracek, solicitó alojamiento a su amiga Militka. Ésta le dijo a su novio, Dlask, que no la visitara esa noche porque iba a estar con Dvoracek. El presidente de la residencia de estudiantes, en la que vivía Militka, era el también estudiante Milan Kundera. Esa misma noche fue arrestado Dvoracek.
Ahora resulta que en la denuncia figura el nombre de Milan Kundera, aunque no aparece su firma por ningún lado. De modo que ningún tribunal de justicia de un país democrático podría, ni siquiera, tomar en consideración la denuncia. El nombre del genial escritor es muy fácil de escribir y si a este dato le añadimos el cargo que tenía en aquel momento, no resulta tan extraño que figure su nombre. Sobre todo si quien efectivamente puso la denuncia no quería que figurara el suyo. Es lógico pensar, por otra parte, que el novio de Militka tuviera celos y no quisiera que ella lo supiera. Y tampoco hay datos para echarle las culpas a él.
En realidad, el principal culpable es el espía, por ponerse en manos de terceros. Al final, resulta que eran muchos los que estaban al tanto de la situación.
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