Entre los puntos que se debatieron en el reciente congreso del PSPV, en el que salió elegido Jorge Alarte, estuvo el de sustituir el nombre actual por el de PSCV. La propuesta no prosperó y entre los argumentos que se esgrimieron para ello estuvo el de que adoptar el nombre propuesto supondría un viraje del partido hacia el centro. Es decir, éstos son los políticos que, en nuestra generosidad, mantenemos con nuestro dinero y que, a pesar de que estamos inmersos en una crisis atroz, aún no hemos pensado en reducir.
(En el otro lado, han montado un cisco con la Educación para la Ciudadanía, que nos sale por un ojo de la cara y parte del otro y en lugar de reconocer su error y arreglar el desaguisado, se han puesto a hacer chistes acerca del amor Alarte).
La cuestión es que el nombre actual de la Comunidad Valenciana lo decidieron los representantes de los ciudadanos, que son los políticos. Ellos pactaron el nombre y lo impusieron y ahora deberían utilizarlo. Si los socialistas, o los políticos de cualquier partido, no están conformes con nombre, lo que han de hacer es poner en su programa la intención de cambiarlo, para someter su propósito al veredicto de las urnas. Pero mientras tanto, deberían respetar lo acordado.
Si en la denominación de ese partido figurara el nombre legal de la comunidad en la que se desenvuelve, ello significaría también que se respeta a los ciudadanos y se atienden sus deseos. Pero ocurre que los socialistas, al menos los valencianos, están poseídos por un afán didáctico y no hacen otra cosa que predicar sobre las cosas que ellos saben, porque las han estudiado y se han convencido y saben que no pueden ser de otra manera más que como ellos las ven.
El papel que reservan a los demás consiste en que se queden con la boca abierta primero, pasmados por las revelaciones que se les hacen, les aplaudan después y a renglón seguido que corran hacer todo lo que les dicen. Lo que ocurre es que a la gente de este lugar no le gusta que le den lecciones fuera de clase y opta por votar a otros.
(En el otro lado, han montado un cisco con la Educación para la Ciudadanía, que nos sale por un ojo de la cara y parte del otro y en lugar de reconocer su error y arreglar el desaguisado, se han puesto a hacer chistes acerca del amor Alarte).
La cuestión es que el nombre actual de la Comunidad Valenciana lo decidieron los representantes de los ciudadanos, que son los políticos. Ellos pactaron el nombre y lo impusieron y ahora deberían utilizarlo. Si los socialistas, o los políticos de cualquier partido, no están conformes con nombre, lo que han de hacer es poner en su programa la intención de cambiarlo, para someter su propósito al veredicto de las urnas. Pero mientras tanto, deberían respetar lo acordado.
Si en la denominación de ese partido figurara el nombre legal de la comunidad en la que se desenvuelve, ello significaría también que se respeta a los ciudadanos y se atienden sus deseos. Pero ocurre que los socialistas, al menos los valencianos, están poseídos por un afán didáctico y no hacen otra cosa que predicar sobre las cosas que ellos saben, porque las han estudiado y se han convencido y saben que no pueden ser de otra manera más que como ellos las ven.
El papel que reservan a los demás consiste en que se queden con la boca abierta primero, pasmados por las revelaciones que se les hacen, les aplaudan después y a renglón seguido que corran hacer todo lo que les dicen. Lo que ocurre es que a la gente de este lugar no le gusta que le den lecciones fuera de clase y opta por votar a otros.
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