Anda Francisco Camps la mar de contento porque ha ganado por abrumadora mayoría. Sin embargo, este detalle no es positivo precisamente, más bien resulta totalmente inquietante. Todo lo que no sea tener, al menos, un treinta por ciento de votos en contra es muy mala señal. Tanta unanimidad viene a indicar que en ese partido nadie se fía de nadie; quizá haya más de un psicópata poniendo orden en el partido. Significa que la hipocresía y el disimulo han tomado el mando en la plaza.
No es posible que no haya nadie en el partido disconforme con que Educación para la ciudadanía se dé en inglés. Si hay alguna idea buena sobre esta cuestión, procederá de fuera del partido. Me refiero, por ejemplo, al artículo Ciudadanía y ciudadanos, que escribió Vicente Garrido Genovés, en días pasados. Utilizar a los niños como arma electoral no es muy edificante.
Tampoco es posible que no haya ni una sola voz en el partido que clame por la ridícula actitud del gobierno valenciano, a través de la consejera de la cosa, ante la sentencia que obliga a revertir el Teatro Romano de Sagunto. Como dice el abogado, Juan Marco Molines, que en solitario defiende el patrimonio y el honor de los valencianos, asusta ver en qué manos estamos. Cuesta de entender que ni un solo diputado popular clame en defensa del idioma valenciano y, por el contrario, dé por bueno que se tome el pelo a los valencianos con la Academia Valenciana de la Lengua, que además es carísima. Resulta igualmente extraño que nadie proteste por el hecho de que se utilice el agua como recurso electoral, siendo así que este modo pierden fuerza las reclamaciones de los trasvases.
No hace mucho, los españoles nos asombramos del hecho de que los congresistas estadounidenses votaran en contra del gobierno, evidenciando su libertad de voto. Pensamos que esas cosas no pueden ocurrir en España. Es evidente que no. Los políticos españoles piensan por sí mismos, no por los ciudadanos.
No es posible que no haya nadie en el partido disconforme con que Educación para la ciudadanía se dé en inglés. Si hay alguna idea buena sobre esta cuestión, procederá de fuera del partido. Me refiero, por ejemplo, al artículo Ciudadanía y ciudadanos, que escribió Vicente Garrido Genovés, en días pasados. Utilizar a los niños como arma electoral no es muy edificante.
Tampoco es posible que no haya ni una sola voz en el partido que clame por la ridícula actitud del gobierno valenciano, a través de la consejera de la cosa, ante la sentencia que obliga a revertir el Teatro Romano de Sagunto. Como dice el abogado, Juan Marco Molines, que en solitario defiende el patrimonio y el honor de los valencianos, asusta ver en qué manos estamos. Cuesta de entender que ni un solo diputado popular clame en defensa del idioma valenciano y, por el contrario, dé por bueno que se tome el pelo a los valencianos con la Academia Valenciana de la Lengua, que además es carísima. Resulta igualmente extraño que nadie proteste por el hecho de que se utilice el agua como recurso electoral, siendo así que este modo pierden fuerza las reclamaciones de los trasvases.
No hace mucho, los españoles nos asombramos del hecho de que los congresistas estadounidenses votaran en contra del gobierno, evidenciando su libertad de voto. Pensamos que esas cosas no pueden ocurrir en España. Es evidente que no. Los políticos españoles piensan por sí mismos, no por los ciudadanos.
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