sábado, 25 de octubre de 2008

Taxistas

Tomé un taxi y el taxista resultó ser un joven muy correcto y agradable. Le di la dirección y como no la conocía le expliqué que estaba muy cerca del Politécnico. Entonces me dijo que conocía la zona, pero no como taxista, sino porque había estudiado allí. A partir de ahí, la conversación entre ambos surgió espontáneamente y concordamos en que cuando alguien entra en algún establecimiento hostelero y piensa que no ha sido bien atendido, ya no vuelve; en cambio, en el caso de los taxis no hay más remedio que conformarse con el que toque y si por casualidad se repite con alguno será con el que no se quiere. Cuando ya le hube pagado, me dijo que los taxistas también tenían sus preferencias, dando a entender que le gustaría volver a llevarme.
El taxista que me transportó en otra ocasión también era muy correcto y tampoco conocía el sitio al que iba. Tras darle una pequeña explicación, enseguida eligió la mejor ruta. Yo no tenía ganas de hablar, pero él se empeñó, y la conversación fue fluida, nada forzada ni artificiosa. El taxista hablaba de las cosas con fundamento y al final agradecí que quisiera charlar.
En otra ocasión di con alguien al que no sabría cómo definir. También era joven y aparentemente afable. Pero miré el reloj, denotando que tenía mucha prisa y enseguida me dijo que eso le agobiaba. Le respondí que el hecho de que yo tuviera prisa no significaba que se la diera a él, que fuera a su marcha. Entonces, señaló el tráfico, muy intenso en esos momentos. Yo le dije que no me gustaba conducir por la ciudad, pensando en que le gustaría escuchar eso, porque era bueno para su negocio. En cambio, me respondió que él era taxista porque le gustaba y que hay cosas peores que conducir, y estuvo enumerando muchas formas de ganarse la vida y repetía algunas, para ver si me hacían mella. Tuve que decirle que efectivamente conducir por la ciudad es más divertido que hacer otras cosas.
Subí a otro taxi cuyo conductor tenía tan pocas ganas de hablar que tras darle la dirección tuve que preguntarle tres veces si conocía el sitio, antes de que me contestara. Es cierto que no mediando una pregunta por parte cae por su peso que sabe el camino. Pero también cae por su peso que cuando el viajero hace esa pregunta no es por ofender, sino por colaborar. Ese viaje, por lo demás, transcurrió en absoluta y silenciosa calma.

1 comentario:

Marta Salazar dijo...

muy bueno tu post!

un abrazo!