sábado, 7 de marzo de 2015

Lo de dar óvulos o semen

Creo que no habría que confundir a los donantes de sangre, médula ósea o cualquier otro órgano, con los de semen u óvulos.
Los primeros salvan vidas, los segundos no se sabe lo que hacen. Vivimos tiempos en los que se entroniza la irresponsabilidad. Abundan los que se atreven a tomar decisiones sobre asuntos que afectan a muchas personas, e incluso se jactan de ello, pero cuando esas decisiones han resultado ser erróneas y dañinas para todos o la mayoría, nadie se quiere hacer responsable.
Quizá sea por eso que ahora se hace publicidad de las donaciones de óvulos y semen, como si se tratara de un acto generoso y altruista, cuando es posible que esos actos debieran ser considerados como pertenecientes a la vanidad y el narcisismo.
Una donante de óvulos o un donante de semen no saben quiénes se van a beneficiar de su donación. Tener un hijo o una hija en el mundo, sin saber cómo es, qué salud tiene o en qué manos está, supone renunciar a lo más preciado del ser humano. Eso de que todo el mundo es bueno, es una frase hecha. Los receptores de la donación pueden ser unos seres mentalmente enfermizos, aunque parezcan sanos. Hay mucha gente en el mundo con problemas mentales, aunque a simple vista no se les nota. Y quizá los profesionales tampoco lo sepan detectar en todos los casos. Y habría que ver dónde pone el listón la clínica que tuviera que gestionar la donación.
Suponiendo que quienes fueran a actuar como padres de la criatura fueran sanos mentalmente, está por ver que sean buenas personas. Hay que leer los libros de Alice Miller o los archivos de la policía para comprender que eso de que todos los padres quieren lo mejor para sus hijos es una quimera bien intencionada. Lo responsable es que los padres no pierdan jamás de vista a los hijos.
 
 

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