La memoria es débil y el interés que despierta la clase política es ligero, como de pasar el rato y poco más, en plan forofo en demasiadas ocasiones.
Así se explica que Rosa Díez pasara de ser la política mejor valorada a una de las peores, bastando para ello que unos periodistas que anteriormente la habían ensalzado lanzaran insidias contra, porque su sus medios dependen de las subvenciones y de la publicidad. El personal renuncia a su sentido crítico y absorbe lo que sea. Lo mismo explica que dos impresentables, como son Baldoví y Yolanda Díaz, que nunca dicen nada que tenga sentido, sean bien valorados, sólo porque los panfletos de la extrema izquierda los promocionan.
Algo parecido ocurre con Felipe González del que tres de cada cuatro españoles tiene buena opinión. Un motivo sería el de la comparación con Zapatero y Sánchez, pero también y sobre todo la flaca memoria. Y que tuvo al imperio Prisa a su servicio. Veremos cómo queda al final el caso Gómez de Liaño.
Felipe González tuvo una actitud absolutamente mezquina con Adolfo Suárez, el hombre que consiguió que viviéramos en democracia, corriendo riesgos y sufriendo un gran coste personal, y luego se jugó la vida por defenderla, mientras que los irresponsables que la pusieron en riesgo luego se escondieron debajo de los asientos.
Dos intelectuales de primera fila, nada sospechosos de franquistas, sino todo lo contrario, se atrevieron a decir en 1997, en la televisión, que el felipismo era una continuidad del régimen franquista, y tenían razón, pero ahí estaba Polanco para lavarle la cara a Felipe González y El País se descolgó con un durísimo editorial contra ellos dos.
Felipe González tenía todo bajo control: los sindicatos, subvencionados; los medios, subvencionados; los jueces sin independencia; llenó todas las instituciones de socialistas disciplinados…
Rafael Sánchez Ferlosio, que sí tenía penetración psicológico y espíritu crítico, lo supo retratar: el pragmático político de mirada tontiastuta de gatazo castrado y satisfecho.