Las mujeres iraníes han puesto en evidencia a las feministas de salón, aunque la Academia Sueca no se haya enterado.
Esas de «el feminismo es de todas, no bonita, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, del pensamiento socialista». A cualquier cosa le llaman pensamiento, a cualquier ridiculez progresar. Ahora estos socialistas sanchistas dicen que quieren transformar la sociedad. Insisten mucho en el verbo ‘transformar’. Terry Pratchett: la historia tiene la costumbre de cambiar a las personas que se creen que la están cambiando a ella.
De pronto las que se dicen feministas se han tenido que dar cuenta, muy a su pesar, de que lo suyo no es más que una pose, algo sin mérito, conseguido con el esfuerzo y la sangre de sus antecesoras, que ellas creen que disfrutan y en realidad lo están distorsionando.
Las primeras feministas, las genuinas tuvieron que arriesgar mucho y sufrieron bajas, pero tuvieron que usar la inteligencia para darse cuenta de qué sólo apoyadas por la razón podían triunfar. Por eso el primer feminismo fue tan limpio y tan noble. Hoy ya no intentan tener la razón, sino la fuerza. La contradicción con los fundamentos del feminismo la resuelven con hipocresía, cara dura y, a veces, con prepotencia torpe.
El espejo de las mujeres iraníes les ha mostrado su realidad, pero no están dispuestas a renunciar. No quieren rendir la plaza y dejarse de pamplinas. Han encontrado la solución: se cortan mechones de pelo y con eso ya creen que se igualan con quienes están siendo asesinadas y apalizadas y, sin embargo, siguen en la lucha por la libertad. Si la consiguen, y ojalá sea así, su sacrificio de hoy lo disfrutarán mañana sinvergüenzas como las que conocemos.
Pero veamos lo que dice una reportera iraní actual. «Masih Alinejad: Las mujeres de Irán no necesitamos que los políticos occidentales se corten el cabello, queremos que corten sus lazos con nuestros asesinos. Así es como se ve la verdadera solidaridad. Muchas adolescentes fueron asesinadas por protestar».
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