No quisiera que nadie fuera a la cárcel, pero en democracia no puede existir la impunidad para nadie. En las dictaduras sí que la disfrutan algunos, no es necesario decir quienes.
En España hay muchos delincuentes peligrosos por la calle, golpistas, pederastas, violadores…, pero es que Felipe González, uno de los artífices de la Constitución, jamás tuvo convicciones democráticas, aunque se le viene teniendo bobamente por demócrata. No lo es porque nunca ha querido la independencia judicial, siempre ha querido tener la sartén por el mango en todos los casos.
Lo que va quedando en evidencia es que hay una gran cantidad de jueces que no aman la justicia, sino que lo que les interesa es el poder. Si los jueces fueran consecuentes con la profesión que han elegido, exigirían de forma contundente la independencia judicial. Ignoro si hay datos sobre la cuestión, o si se ha hecho alguna encuesta entre ellos, pero me temo que no sean ni la mitad los que sí tienen vocación de juez y desean impartir justicia en libertad y quedando de acuerdo con su conciencia.
Pero parece que hay muchos, y eso es una catástrofe, que prefieren que la justicia se acomode a los caprichos del poder, siempre que sea de izquierdas, claro, como ocurre en Venezuela, Cuba o Nicaragua.
Si los jueces no son independientes, los ciudadanos son esclavos. El poder puede hacer con ellos lo que quiera. Y cuanto más humilde sea su condición social, más indefensos están. Porque los más pudientes siempre tienen más mecanismos y más recursos para evitar el castigo. Entiéndase amistades poderosas y abogados caros.
En el actual estado de cosas, los hay que pueden delinquir tranquilamente, incluso cometiendo delitos muy graves, mientras que otros a los que se puede catalogar como buenas personas, pero que han tenido mala suerte en la vida y no han sabido salir del atolladero, se les deja pudrirse en la cárcel, sin intentar echarles una mano por si pudieran enderezar sus vidas.
Esos libros míos