España
está tradicionalmente dominada por las oligarquías, que puestas en
el empeño, o eso dicen, no han sido capaces de crear un Estado
democrático, sino que se han quedado el poder para sí y los
ciudadanos somos meros convidados de piedra.
Estos
oligarcas nos han arruinado por completo y ahora nos dicen que hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades. Pero nadie puede
demostrar que yo he vivido por encima de mis posibilidades, porque no
es cierto. Y sin embargo estoy pagando las consecuencias del
derroche. Subidas de impuestos, recortes y ahora el medicamentazo,
esas son algunas de las sevicias a las que se nos somete.
Si
al menos a los oligarcas se les notara algún indicio de
arrepentimiento, un intento de compartir las penurias con los
ciudadanos, un deseo de justicia, sería más llevadero el asunto.
Pero ocurre lo contrario: se enrocan en sus privilegios y no hacen
nada por reformar el sistema, sino que tratan de perpetuarlo. Nadie
puede tener fe en el Tribunal Constitucional, de puro politizado que
está, pero los principales partidos se han repartido los cargos.
El
sistema político español hace aguas por todas partes. No es que sea
perfectible, es que es sumamente imperfecto y no podía llevarnos a
ninguna otra situación distinta de la que sufrimos. No es que
hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, es que el dinero
público es gastado alegremente por parte de quienes pueden hacerlo.
Tras tantos escándalos habidos en el mundo de las finanzas, ahora,
años después, algunos casos están llegando a la justicia. Me temo
que las leyes españolas permitan salirse de rositas a la mayoría y
que si es condenado alguno se trate de un pez menor.
Ahora
bien, nunca sabremos cuántos españoles habrán muerto por no
poderse pagar el tratamiento farmacéutico que precisan. ¿Qué van a
suprimir de su dieta, el medicamento o el pan?