Teóricamente, los políticos son unos seres llenos de altruismo y generosidad hacia los demás que, en un momento dado, dejan de lado sus quehaceres profesionales, y a cambio de un modesto sueldo ponen sus habilidades al servicio de sus conciudadanos, para mejorar sus condiciones de vida.
La práctica contradice a la teoría. En realidad, a los políticos españoles se les detecta una ambición desatada, que les permite tragarse todos los sapos que haga falta, no cada día, sino cada hora, y votar lo que les ordene su partido, aunque no estén de acuerdo con ello, todo con tal de presumir de Excelentísimo Señor, o del tratamiento que tengan. Quizá puedan adjudicar contratos o hacer favores de otro tipo. Esta es la realidad. En los partidos políticos españoles rige una disciplina más que cuartelera, porque de otro modo las peleas de gallos son inevitables.
Francisco Álvarez Cascos ha demostrado tener una ambición irreprimible. Se ha servido de la política, no es probable que dado el caletre de que dispone hubiera llegado tan lejos si su vida hubiera transcurrido fuera de la política. No se le atisba otro mérito que el de la obsecuencia, que tan bien suelen premiar los poderosos españoles, Aznar incluido.
La política le ha servido a Francisco Álvarez Cascos para tener una colección de mujeres. Creo que se ha divorciado y casado varias veces. Con esa cara de bruto que se gasta y con un genio no muy diferente, como podrían atestiguar quienes le tuvieron que sufrir cuando mandaba tanto, difícilmente hubiera conseguido esa colección de mujeres de las que puede presumir.
Su egoísmo le ha impedido atender al interés de los asturianos. Su ego no pudo digerir la medicina que él mismo recetaba cuando mandaba en el PP, de modo que fundó otro partido para arrastrar a los asturianos al caos y al gasto inútil.
Si hubiera tenido en cuenta los intereses de los asturianos, se hubiera tragado su orgullo y hubiera abandonado la política.