Parece mentira que todo un registrador de la Propiedad que ha llegado a presidente del gobierno quiera demostrarnos de forma fehaciente que no sabe distinguir una alcachofa de un calamar.
Parece ser que habla de madurez o de gente adulta. ¡Qué manera de confundir conceptos! Ser cobarde no es tener madurez; dejarse pisotear pacientemente en el seno del propio partido con tal de alcanzar el poder no es ser adulto, es carecer de dignidad. Cuestión distinta sería si lo hubiera hecho para poder llevar comida a casa.
Que haya hecho menos daño que otros presidentes del gobierno no le faculta para creerse un hombrecito. Si no hizo más es porque ya estaba todo hecho. Que luego haya venido otro capaz de rebasar todos los niveles de la infamia no cambia nada.
Que ahora se le eche de menos tiene que ver con que quien le ha sucedido es el peor sujeto que ha gobernado España en toda su historia. Un tipo al que apoyan terroristas, delincuentes peligrosos, farsantes y cantamañanas, a los que hace concesiones a las que no accedería ni el rey del hampa.
Rajoy fue un oasis entre Zapatero y Sánchez, esos dos obsequios que nos ha hecho el PSOE de Felipe González, otro que tal baila. Si fuera un señor, el PSOE sería otro.
El caso es que Rajoy tuvo en su mano la posibilidad de hacer reformas que imposibilitaran el desastre que ha venido después. Podría y debería haber conseguido la independencia de todas las instituciones democráticas entre sí, y que cayera quien hubiera obrado mal, de su partido o de otros.
Podría haber suprimido todos los chiringuitos prescindibles, que son la inmensa mayoría, en lugar de cargar el coste de la crisis en los indefensos. Podría haber cerrado todas las televisiones regionales, y habría pasado a la historia como un benefactor de la humanidad.
Podría haber hecho muchas cosas, pero no las hizo. ¿De qué presume?