lunes, 29 de noviembre de 2021

La estafa de la inmersión lingüística

 

Todo lo que tiene que ver con el catalanismo es una estafa del mismo orden que la de Hitler con los alemanes. Los modos son los mismos, el fervor con los que son acogidos, idénticos, la diferencia de potencial entre un caso y otro muy grande.

Los catalanistas empiezan por tergiversar la guerra de Sucesión, mintiendo descaradamente y manipulando, culpando a Felipe V, su primer benefactor -uno de los últimos sería Franco, al que también se ataca del mismo modo- y luego ya en democracia a todos los presidentes de España, que también han ido cediendo irresponsablemente.

A toda esa manipulación vino a sumarse Pompeyo Fabra, que unió los distintos dialectos catalanes en uno, pero no con fines lingüísticos, sino políticos. Si lo hubiera hecho con fines lingüísticos habría sido un empeño romántico, digno de encomio y agradecimiento. Pero no fue así. Todo esfuerzo estuvo preñado de odio a España y lo español. De modo que quienes le siguen el juego a ese sinvergüenza se equivocan. No aman a su tierra y su lengua. Hacen el juego a quienes quieren propagar el odio a España. Aquí la palabra clave es odio. El nacionalismo sin el odio no va a ninguna parte. Si Pompeyo Fabra hubiera hecho su trabajo con amor, no habría sido útil a los nacionalistas.

Lo que se hace con amor no se impone. Quien ama no desea hacer daño a nadie, simplemente ayudar a vivir.

La gente habla la lengua que más le conviene, por comodidad o por interés. Por eso desaparecen muchas, puesto que dejan de ser útiles. Y sólo mediante el romanticismo se puede prolongar la vida de ellas. Imponerlas sólo ayuda a acelerar su desaparición. Mientras tanto, se perjudica a los alumnos, el mayor tesoro de cualquier país, y se malgasta el dinero que tanto ha costado de ganar a la mayoría de los que pagan impuestos.

Si los catalanistas fueran capaces de abrir los ojos y los abrieran correrían a gorrazos a sus dirigentes.

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