La pugna entre concebollistas y sincebollistas es enriquecedora y apasionante hasta momentos antes de que las navajas hagan su aparición, cuando conviene salir pitando. Hay que morir, sí, pero por una causa que merezca la pena, Helena de Troya o la peluca de Chimo Puig. Bueno, por esto tampoco.
El caso es que yo siempre había pasado por alto al cocinero de moda, a pesar de que últimamente aparece bastante en los medios. Me refiero a Muñoz, creo que su apellido es ese, aunque hoy en día todo cambia a una velocidad vertiginosa, Heráclito se volvería loco. Un día dice el Felón que en la UE le han dicho algo de Casado y luego resulta que lo que le han dicho es que esto no funciona, que nos vamos a pique. De esto no cabe duda. Si lo hubiera dicho el Felón sí que cabría.
El caso es que este Muñoz hizo unas declaraciones en las que se decantó por la tortilla española sin cebolla, porque dijo que ésta interfiere en el sabor de la patata. Pero lo explicó todo con tanta inteligencia, con tanta finura y mostrando tanta sensibilidad hacia quienes tienen otros gustos, que se ganó mis simpatías.
Pero es que luego vino Berasategui a criticar su opinión y lo hizo de un modo más grosero, mezclando en el asunto a una señora que no tiene nada que ver con él, y añadiendo que no sólo le pone cebolla a la tortilla española, sino que también pimiento y alguna otra cosa que no recuerdo.
Supongo que las dos tortillas estarán buenas, la de uno y la del otro, porque al final lo más importante es quien la hace, y yo no he visto nunca que alguien con una ración con buena pinta delante se la deje en el plato.
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