Dice Sánchez, o quien hable por él, que quiere impedir los bulos. Por mi parte, reconozco que he dejado leer periódicos que anteriormente leía a diario. Es porque antes intentaban mantener las apariencias y ahora ya no. Ahora publican trolas que saben que gustan a un sector de la población. No pertenezco a ese sector. No me gusta que me mientan. O sea, que los bulos existen. También sé detectar cuando alguien escribe lo que le parece y cuando lo hace siguiendo las órdenes del jefe de Opinión.
Pero el problema no es que Sánchez se crea más inteligente o mejor preparado que yo y, por tanto, capacitado para decirme lo que tengo que creer y lo que no, sino que directamente quiere inculcarme mentiras.
Hay que recordar que a Sánchez se le conoce por muchos nombres. Seguramente, no hay un caso igual: Guaperas, Su Pedridad, Su Sanchidad, Führer, baloncestista frustrado, Felón, galán de cine fallido, Pedro el Fango, Sepulturero aficionado, Demóstenes de salón, Pedro de la Preveyéndola…
Quería jugar al baloncesto, pero no metía una y tuvo que abandonar el intento. Quiso ser galán cinematográfico habida cuenta de su buena planta, pero se encontró con un problema, uno de esos misterios que aparentemente no se pueden resolver. Veamos, Zapatero y él son igual de catastróficos. Todo lo que tocan, lo hunden. Pero, en cambio, Zapatero cae bien, y él, a pesar de que es incluso más guapo, cae mal.
Quizá sea porque Zapatero, mientras está perpetrando una de esas barbaridades que hunden en la miseria para siempre a buena parte de la población, sonríe beatíficamente. Mientras que a Sánchez, en idéntica tesitura, se le nota el deleite con que lo hace.
Zapatero cae bien, a pesar de que ha demostrado su profunda admiración hacia Otegui, Maduro…, mientras que a Sánchez le dicen ¡que te vote Chapote!
En fin, Sánchez miente tanto que ha obligado a cierta dama a reconocer que le gusta la fruta. Y a mí.