En amplias capas de la población, en sectores cultos inclusive, se da creencia de que hay que obedecer a la cadena de mando, haga lo que haga.
No cabe duda de que habrá de ser así en ciertos ambientes, pero en en el caso de la política solo en las dictaduras. La democracia es un sistema para gentes adultas y con criterio. De hecho, la Constitución prohíbe expresamente el voto imperativo, y se entiende que sea así aunque Felipe González aún no se haya enterado, porque cuando un diputado vota en conciencia defiende los intereses de los ciudadanos, mientras que si vota lo que le mandan es evidente que defiende sus propios intereses particulares.
No tengo por qué estar de acuerdo con todas las ideas de Cristina Alberdi, pero le podía pedir, a ella y a cualquier otro diputado, que fuera consecuente con las suyas. Y lo era. Eso la convierte en admirable. No hay más que fijarse en el panorama político para comprenderlo.
Acusó a Zapatero de no cumplir su compromiso de acatar la Constitución. No fue la única socialista. Tampoco Pedro Aparicio estuvo de acuerdo con él. Otros socialistas honrados tardaron más en darse cuenta, pero finalmente abrieron los ojos, con lo cual ya no cabían en el partido.
Posteriormente a su salida del PSOE, antes de que la echaran cuando iban a hacerlo, fue elegida por Esperanza Aguirre para presidir el Consejo Asesor contra la Violencia de Género de la Comunidad de Madrid.
Es lógico que fuera así, puesto que era una gran experta en el asunto y es seguro que si le hubieran exigido que ejerciera ese caro en contra de sus convicciones no habría aceptado.
¿Si no aceptó la traición en el PSOE, por qué la tenía que aceptar en el PP? Sin embargo, los componentes del ganado lanar consideran como traición el ejercicio de la dignidad.
D. E. P
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