O sea, que cuando iban por separado no
podían. Al final resulta, así lo vienen a reconocer implícitamente,
que el nombre que le dan a la marca, partido o coalición, no
significa nada para ellos. Quizá en otros casos tenga más sentido.
He leído en alguna parte que Alberto
Garzón puede comerse a Pablo Iglesias, con su carita de niño bueno,
a pesar de que irá en el número 5. En primer lugar, esa imagen de
pijo sólo puede engañar a quienes deseen ser engañados. En
segundo, que Pablo Iglesias se deje madrugar el papel de estrella del
cartel es francamente improbable. Baste recordar que Felipe González
en su día le hizo unas promesas a Baltasar Garzón con el fin de
convencerlo para que figurase en su candidatura, pero al verlo actuar
en los mítines pensó que podría arrebatarle el fervor de las masas
y lo dejó sin ministerio, lo que provocó las iras del juez y al
volver a su antiguo oficio comenzó a sacar cosas de los cajones.
Es decir, esta clase de gente no se chupa
el dedo y en cuanto ven asomar la puntita de la oreja del lobo toma
medidas. ¿Cuáles puede tomar Pablo Iglesias? A saber. Si se miran
las biografías de su abuelo o de su padre y a la vista de que
presume de ellos e incluso se atreve a mentir tildándolos de
represaliados por el franquismo, da miedo. Si se miran sus simpatías
hacia los gobiernos de Venezuela, de Irán o hacia la propia ETA,
sigue dando miedo. Este tipo es capaz de todo, y dado que aunque no
se le conozca idea buena, pero sí se sabe que tiene un ego como una
catedral, es obvio que hará bien Alberto Garzón es asumir su papel
secundario y hasta de hacer de chico de los recados si se lo mandan.
Y si no le gusta, pues no haberse prestado a esta alianza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario