En
España, todos los que se sentido capaces de movilizar a las masas lo
han hecho. Los curas, los partidos políticos, los sindicatos y hasta
alguna que otra asociación.
El
derecho a manifestarse es una de las armas democráticas y a menudo,
sobre todo en el caso de pequeños grupos humanos, constituye el
último recurso de quienes han agotado todas las demás vías.
Cuando
se trata de grandes manifestaciones, el motivo ya no es llamar la
atención o despertar la solidaridad de las gentes, sino que se
convierten en manifestaciones de fuerza mediante las que se intenta
forzar la voluntad de las autoridades legítimamente constituidas.
Ocurre
además que estos grandes grupos disponen de todas las vías legales
que el Sistema tiene establecidas. La organización de estas grandes
manifestaciones tampoco suele ser gratuita, puesto que se fletan
caravanas de autocares y se les de comer a quienes participan.
La
manifestación es un recurso democrático que cuando se usa de modo
inapropiado se convierte en un arma antidemocrática.
Lo
propio de la democracia es que las cosas se consideren sosegadamente
y tras la reflexión el ciudadano deposite su voto secreto. Hay que
apuntar la reflexión, el sosiego y el sentido de la responsabilidad
como valores democráticos. La experiencia demuestra que quienes se
manifiestan denotan en sus gestos determinación, enfado y
vehemencia.
Ahora
bien, si a cada uno de los manifestantes se les hiciera pasar un
breve cuestionario de tan solo cuatro o cinco preguntas sobre el
motivo por el que se manifiestan, saldría a la luz el profundo
desconocimiento de la inmensa mayoría de ellos del asunto que
defienden con tanta firmeza.
La
pregunta que habría que hacerles a esos que convocan manifestaciones
a las acuden decenas de miles de personas es ¿por qué no incitan a
sus seguidores a la reflexión, el estudio y la toma de conciencia
responsable? A los manifestantes baleares, padres de alumnos, cabría
preguntarles: ¿qué les interesa más, la lengua catalana o sus
hijos?