Me
sabe mal que después de tanto esfuerzo, y tanto intento, Madrid se
haya quedado sin Olimpiadas, quizá por mucho tiempo. Esperemos que
esta decepción traiga como contrapartida la cordura y no haya una
nueva intentona por ahora.
Entre
los políticos españoles circula un virus similar al del pelotazo.
Quieren triunfos rápidos y espectaculares. Muros en los que poder
poner una lápida con su nombre. Han olvidado aquella máxima que
decía que el mejor político es aquel del que no se habla. Si no se
habla de él es porque las cosas van bien. Se dedica a hacer su
trabajo de forma callada y procurando molestar lo menos posible a los
ciudadanos. Pero eso ocurre en los sitios en los que a los ciudadanos
se les considera señores. En España no hay ciudadanos, sino
contribuyentes a los que de vez en cuando se les pide algo más que
dinero. Y más que pedírseles se les exige: a ver que trabajador de
una pequeña o mediana empresa cuyos dueños sean nacionalistas se
atreve a no encadenarse el próximo día once. Hasta es posible que
los eslabones estén numerados.
En
España, los intereses de los ciudadanos no se tienen en cuenta. Los
intereses que cuentan son los de los territorios, las lenguas, las
megalomanías de algunos, etc.
Eso
de detraer dinero de la Sanidad, de la Educación, o de las Ayudas
Sociales, para emplearlo en cosas que no son imprescindibles ni
muchos es propio de los nacionalistas, porque si no actuaran así se
diluirían en la nada, pero no está bien que lo hagan otras personas
que pretenden pasar por responsables.
La
actual coyuntura que vivimos precisa del esfuerzo y la solidaridad de
todos, y sería muy conveniente que se tuviera fe en la clase
dirigente. Pero si se ve que la casta política va a la suya,
despreciando olímpicamente el interés común, lo que crece es la
desmoralización.
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