Aunque sea fácil de entender, son pocos los que se dan cuenta de que para que haya democracia es necesario que la justicia sea libre. También se entiende fácilmente que los políticos de todo el mundo procuren tener algún tipo de control sobre los jueces, lo que refuerza la idea básica.
De la Constitución, la justicia salió con una cierta independencia, homologable con la de las democracias de nuestro entorno, pero pronto vino el PSOE, cuyo compromiso con la democracia se limita a la simulación y la propaganda, que acabó con esa libertad, y poco después con el prestigio del TC.
Aznar llevaba en su programa la devolución de esa libertad que se les había arrebatado a los jueces, causando con ello un perjuicio grande a los españoles, pero una vez en el poder pensó que le venía mejor tenerlos controlados. De Zapatero prefiero no hablar, porque me da la risa. Rajoy ya no tuvo opción, porque el PP ya no estaba tan limpio como el primer día de Aznar en el cargo. Sánchez es como Calígula. No ha nombrado senador a un caballo, Incitatus, pero ha hecho ministros y ministras a un nutrido grupo de acémilas.
Bien, la propuesta de García-Trevijano para que los jueces sean totalmente independientes es fácil de entender. Si sólo votaran los jueces, un grupo de ellos podría constituirse en asociación y actuando con habilidad podrían conseguir el control del gremio. Para eludir esa posibilidad, la opción del reconocido jurista consiste en que los votantes sean todos los funcionarios del ministerio de Justicia. Esto tiene una ventaja añadida, son quienes mejor conocen a los jueces. Saben quién es el más gandul y quienes son los tiranos, y esto tiene gracia, porque son muchos los jueces y las juezas, que maltratan a los funcionarios y funcionarias, apliquemos aquí el lenguaje inclusivo. Un juez irrespetuoso con sus subordinados es un peligro, pero abundan.
Esa propuesta del ilustre jurista (qepd) es más beneficiosa para todos que todo lo que haga la clase política actual.