miércoles, 26 de enero de 2022

Las patas sobre la mesa de Bush

 

Digo las patas porque el gesto de Aznar, tan pueril y fanfarrón, no merece otro modo de hablar. Ninguno de sus ministros de Exteriores, mejor dotados intelectualmente que él y con mejores modales, lo habría hecho. Pero que hubiera conseguido tal grado de confianza con el presidente de Estados Unidos fue bueno para España y los españoles.

Zapatero lo estropeó todo. Nadie se había dado cuenta del detalle, pero entonces él llamó a los medios: ¿Os habéis dado cuenta de que he permanecido sentado al paso de la bandera de los Estados Unidos? Y la foto dio la vuelta al mundo. Todos de pie y él, en medio, sentado, impasible. Electoralmente, le convenía, porque a los españoles cerriles y maleducados los gestos groseros hacia esa nación americana les resultan adecuados. El perjuicio para España y los españoles fue considerable. Dio la puntilla con la retirada de tropas de Irak.

La norma de Zapatero, según se decía, era ‘ni una mala palabra, ni una buena acción’. Ahora es el mayordomo de Maduro.

Sánchez, que es una versión empeorada de Zapatero, pero aquejado de narcisismo, entre otras taras, se desvive por ser atendido por el presidente de Estados Unidos, pero no para mejorar la vida de los españoles, sino para sentirse importante, para pensar que es grande y que todo el mundo está pendiente de su opinión, y no es probable que salvo a Adriana Lastra le importe a nadie más. Que se lo hagan creer es otra cosa.

Si Zapatero no hubiera ganado las elecciones tras aquel horrible atentado, del que Rubalcaba supo sacar provecho, sin que le diera vergüenza, y ante el que Aznar reaccionó calamitosamente, ahora Sánchez sí que podría ser atendido por Biden, salvo por un pequeño detalle: tiene como socios a lo peor de cada casa: terroristas, golpistas, comunistas… Que no se dé cuenta de que con esa compañía no puede ir a ninguna parte, no lo entiende. ¿Si es bueno para él, por qué no lo ha de ser para los demás?


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