Fue Antonio Asunción quien ordenó la dispersión de los terroristas por las distintas cárceles de España. Con ello consiguió que no pudieran organizarse en grupos y desmontó un instrumento de presión de la banda.
No conviene olvidar, sin embargo, que con la cadena perpetua no habría sido necesario diseminarlos. Para un terrorista condenado de por vida la banda habría dejado de tener interés, mientras que para sus antiguos cómplices todavía en libertad él pasaría a ser un peligro, puesto que podría sentir la tentación, y sucumbir en ella, de contar todo lo que supiera para obtener algún beneficio.
Tampoco habría sido fácil para la banda reclutar nuevos terroristas, porque el horizonte de acabar en la cárcel de por vida habría disuadido a la mayoría.
El legislador olvida con demasiada frecuencia que su misión consiste en proteger a los demócratas, o sea, a los ciudadanos que cumplen la ley y pagan los impuestos. A partir de este punto, y sin menoscabarlo, puede intentar beneficiar a los presos que lo merezcan, no a todos. Y que ese merecimiento no se pueda establecer de modo subjetivo.
En los años 1977 y 1978, cuando se sentaron las bases que tenían que regir la convivencia democrática entre los españoles, el peor enemigo de la democracia era ETA. Y no se tuvo en cuenta. Como consecuencia, el terrorismo ha condicionado toda la vida política desde entonces, impidiendo el normal desarrollo de la democracia, y ha acabado envileciendo a toda la sociedad, especialmente a la vasca.
También olvidaron aquellos engreídos padres de la Constitución algo tan importante como la defensa de la democracia. Deberían haber previsto que no todos los que consiguieran el acta de diputado tendrían fuertes convicciones democráticas, sino que muchos de ellos tendrían ansias totalitarias. Y que, incluso, podrían alcanzar la presidencia de la nación.
De hecho, olvidaron definir el concepto de democracia, para que nadie pudiera creerse demócrata sin serlo.
Esos libros míos
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