La crueldad con la que trató a su antecesor en el cargo, Hu Jintao, demuestra que no se siente tan seguro como quiere aparentar con su actitud tranquila. Una cosa es que sepa controlar sus nervios y otra distinta que piense que su posición es segura.
La docilidad con la que el agraviado aceptó su decisión explica hasta dónde es capaz de llegar el mandatario chino. El terror de todos los presentes, ninguno de los cuales se atrevió a obsequiar con una mirada amistosa a Hu Jintao, es que ni siquiera a mirarlo, indica que ninguno se considera amigo de Xi Jinping. Es decir, domina la situación mediante el amedrentamiento extremo. Y es que en los ‘paraísos’ comunistas nadie está seguro.
Por definición, los comunistas son seres sin escrúpulos ni miramientos, adictos a las conspiraciones y las traiciones. Lo que hoy parece una foto fija, mañana puede dar un vuelco inesperado. Xi viene a ser como Argos, el monstruo de los cien ojos y así y todo le parecerá que no tiene bastantes. La paranoia está asegurada.
Se podría pensar que un ‘paraíso’ como algunos de los que hay por el mundo conviene pasar desapercibido, pero ni aun así se puede estar seguro, porque siempre puede haber algo, un bien material, una cualidad personal o espiritual, que moleste a otro y quiera vengarse, lo cual es fácil, porque los totalitarios fomentan la delación, como también ocurre en España, aunque en este caso quienes lo hacen se tienen por demócratas. Pues no lo son, la delación es propia de las dictaduras. Por ahí comenzó el declive de Argentina, que no ha cesado.
Y si en lugar de pasar desapercibido se intenta amedrentar a los demás, demostrando ser capaz de cualquier atrocidad, tampoco se está seguro, porque siempre hay alguien más bruto, más infame, más canalla.
Así que se mire como se mire, nadie disfruta de una situación halagüeña en un país comunista.
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