Recordemos que las fundadoras del feminismo se jugaban la vida, y la perdían. Que para conseguir que su movimiento fuera entendido y apoyado tuvieron que regirse por criterios de estricta justicia. Era limpio, necesario y elogiable.
Hoy se han apropiado de él gentes sin escrúpulos que niegan a parte de las mujeres, como si pudieran hacerlo, el derecho a tener su propia visión sobre el particular: «no bonita, el feminismo no es de todas...». Alguna descerebrada hay también legislando disparates.
Ignoran esas que el feminismo es patrimonio de toda persona que ame la justicia, mientras que ellas no pueden ser más que usurpadoras.
No se las ve muy contentas con otras que son verdaderas feministas, las mujeres de Irán, que se juegan la vida y la pierden. Son apaleadas, vejadas, reprimidas brutalmente, torturadas… Y siguen en la lucha. Por los derechos de las mujeres, por la justicia, por la democracia.
Las farsantes se han visto obligadas a hacer algo en solidaridad con aquellas, para que no se diga. Y lo han hecho: se han cortado unos pelitos delante de las cámaras, para que se vea que están con las luchadoras. Pero los ayatolás iraníes no les han hecho caso y ahora se espera que den un paso más, que redoblen la apuesta: seguramente están pensando en cortarse una puntita de las uñas, para intentar que se vea como una amenaza: irán a Irán a arañar a los represores, machistas ellos. El problema es que nadie se creerá que vayan a cumplir la amenaza.
El mundo se divide en dos: los que observan con esperanza y gratitud los sucesos de Irán, por si acaba prendiendo la mecha y acaba cayendo el régimen terrorista y el de quienes están quedando en evidencia y prefieren, aunque no lo digan, que las feministas auténticas fracasen, para poder seguir con su circo, sus tomaduras de pelo, su desparpajo monumental.
Es muy difícil, pero a veces los milagros ocurren y se percibe mucha determinación en esas señoras de verdad.
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