Tal día como hoy, hace cinco años, ante la soledad de Rajoy, tras la salvajada de los secesionistas catalanes, Sánchez, ávido de poder, se lanzó a su yugular. No le importaban las consecuencias de sus actos, el daño que estaba haciendo a los demócratas al querer aprovechar el desvarío mental de los totalitarios.
Se las prometía muy felices el elemento este surgido de las zahúrdas del PSOE. No contaba con la valentía y el saber hacer de Felipe VI, que al día siguiente, el 3 de octubre de 2017, dio un discurso soberano, medido, perfecto, tras el cual no tuvo más remedio que volver a la senda constitucional.
Nunca se lo ha perdonado. Él y sus socios, con los que pudo asaltar el gobierno para perpetrar luego una fechoría tras otra, le hacen la vida imposible y le ponen trampas, para ver si pueden dar un golpe de Estado y convertir España en una dictadura formal -lo es prácticamente de hecho- de corte comunista.
Por el otro lado, el de los demócratas existe la conciencia de que se puede confiar en el Rey y en su capacidad de defender eficazmente la democracia de los totalitarios que la asedian.
El rencor de Sánchez hacia el Rey, es creciente y no sólo porque le impidió el primer asalto a la presidencia del gobierno, sino porque intuye que en la comparación con él sale perdiendo en todos los órdenes. En educación, elegancia, saber estar, prudencia, majestad, simpatía, sencillez. Felipe VI es noble y fiable y Sánchez es traidor y mentiroso. El Rey es inteligente y el presidente es torpe.
Tiene al Rey Juan Carlos fuera de España, para humillarlo y para poner en aprietos a su hijo, y en su torpeza no se da cuenta de que con ello humilla y ofende a todos los españoles.
El 2 de octubre de 2017 comenzó su serie de traiciones a los demócratas. Hay que recordarles a él y a sus cómplices que en democracia rige el imperio de la ley.
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