Quiere investigar los discursos de odio. Pero si el catalanismo es odio y rencor en estado puro. Si se le quitan el odio, la violencia física o moral y los insultos se queda en nada. Deja de existir.
De ello se deduce que lo de investigar los discursos de odio es un eufemismo mediante el que disfraza la realidad. Lo que se pretende averiguar es quien se somete a la dictadura nacionalista y quien no. El odio a España y, concretamente, a Madrid lo ponen de manifiestos los catalanistas sin esforzarse lo más mínimo. Les sale del alma. Se niegan a hablar español, aunque se conoce que en privado es lo que hablan, porque todas las encuestas y especialmente las suyas muestran que el catalán se habla cada vez menos, lo cual es corroborado por la lógica más elemental.
Mientras la clase política presiona y arma ruido y vocifera, los ciudadanos que pagan impuestos y trabajan optan por hablar español siempre que pueden, lo que ha llevado a que los histéricos quieran poner espías en los patios de los colegios, para vigilar lo que hablan los estudiantes en el recreo, y mandan espías a visitar los comercios, para comprobar en qué lengua les atienden.
Es una auténtica locura lo que está ocurriendo con las lenguas vernáculas en España, y con otras manías nacionalistas, y en este sentido puede haber venido bien la aparición del amoral Trump, porque al romper todas las reglas de juego no nos queda más remedio a los demás que centrarnos en lo importante. Todavía los catalanistas no se han enterado de que sus chorradas están absolutamente fuera de lugar. No queda más remedio que gastar el dinero en armamento. A Zapatero le tuvo que llamar la atención la UE y con Sánchez ocurrirá lo mismo. No le van a aceptar sus trolas, sino que le exigirán contante y sonante. Seguramente, se verá obligado a dimitir, pero en cualquier caso él, o su sucesor, tendrá que recortar gastos.