En estos tiempos en que todo el mundo habla de dignidad, como si tuviera, es bueno recordar a Navalny, que si que tuvo, y a raudales. Nueve días tardó el monstruo ruso, al que llaman Putin, en entregar el cadáver a su madre. Los rusos, no todos, le llevan flores a la tumba.
En una vez anterior en que quise hablar de la dignidad me serví de otro personaje, el valenciano José Romeu y Parras, guerrillero valenciano, comandante de los batallones de la Milicia Urbana de Murviedro, en lucha con el invasor francés. Para poderlo atrapar tuvieron que ofrecer un rescate y en cuanto lo tuvieron le ofrecieron todo, pero se negó a aceptar nada de los franceses y murió ahorcado. Vergüenza para Francia.
Y esa es la cuestión: para tener dignidad hay que estar dispuesto a pagar un precio por ella. Romeu y Navalny fueron capaces. Hay más, claro, pero aquí estamos hablando de estos dos. Putin cree que matando a Navalny ha salido ganando, pero eso es porque no tiene ni idea de nada, tan solo de manejar el poder y desprenderse de quienes le sobran. He utilizado la palabra ‘desprenderse’ en un tono eufemístico. A Putin le da igual matar a diez que a diez millones. Mientras él salga indemne todo lo demás le trae sin cuidado.
Pues ha salido como le gusta de su ‘diálogo’ con nuestro héroe de hoy. Fíjense en que a uno lo considero un ejemplar único, alguien digno de tener en cuenta, y el otro no puede ser más que un mamarracho, alguien que resulta molesto tenerlo a la vista. No sé cómo acabará el pájaro este, pero molesta en el cargo que está. Tampoco sé lo que le podría ocurrir si le quitaran el cargo, aunque a lo mejor sí.
En cualquier caso, hoy es un día tan bueno como cualquier otro para glorificar a Navalny.