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jueves, 27 de diciembre de 2018

El ‘asesinato’ de un delfín

Alguien, llamado Juan, ha sido extraordinariamente cruel con un delfín, puesto que ha escrito su nombre en la piel del animal con un cuchillo. Puede haberlo hecho cuando ya estaba muerto, pero lo innecesario del asunto hace pensar que quizá no. Lo que es evidente es que le atrae la Impunidad, esa diosa que tiene tantos adeptos, todos adictos al Mal.
La otra cara del asunto es que se llama asesinato a lo que no lo es, ni puede serlo. Como explica Maruxa Duart Herrero en su artículo titulado «Menoscabo y desprestigio del español en España», la lengua española tiene el vocabulario más rico de todas, y además de eso se da la circunstancia de que hoy en día casi cualquier información está al alcance de un clic, por lo que resulta muy fácil averiguar que la palabra «asesinato» no se trata de la muerte de un animal, por muy alevosa que ésta haya sido.
No se deben banalizar los conceptos, hay que dar a cada cosa el nombre que le corresponde y como dijo en otra ocasión Pancracio Celdrán Gomariz -que debería en la RAE en lugar de esos otros que solo están allí por presumir y que se pasan por el forro el trabajo denodado de quienes les antecedieron- no se debe llamar cerdo a quien solo es un chorizo.
Respetar el lenguaje es respetar a los demás y al prestar atención a este criterio se puede advertir claramente y con prontitud con quien nos jugamos cuartos, como se dice vulgarmente. Quienes llaman presos políticos a los que son políticos presos, quienes hablan de democracia y se comportan como dictadores del tres al cuarto, quienes exigen justicia, cuando lo cierto es que reclaman impunidad, no nos respetan. Nos quieren tomar el pelo.
Los hay que cuidan mucho su atuendo y se acicalan con esmero, pero olvidan que es más importante ser pulcro con el lenguaje.

jueves, 19 de julio de 2018

Si Rahola fuera un animal

Si la memoria no me falla, fue Emilio Romero quien en los albores de la democracia, o en aquellos tiempos en los que todavía no había formalmente democracia pero la prensa gozaba de una libertad que no hemos vuelto a ver, fundó una revista en la que identificaba a cada político con un animal concreto.
No recuerdo cuánto duró la revista ni, por tanto, a cuántos políticos pudo caracterizar mediante esta técnica. He pensado en esto al observar las actitudes de Rahola en algunos de los vídeos que circulan por la red, porque creo que el autor de los famosos gallitos, que es como se conocían sus artículos, habría encontrado enseguida la inspiración para, de entre la nómina de animales, encontrar uno que se ajustara a su carácter. La verdad es que a mí no se me ocurre ninguno, o no acabo de decidirme entre los varios en los que pienso.
En cambio, algunos de los rufianes que pululan en su entorno, o dicen estupideces de parecido calibre, sí que pienso inmediatamente en las garrapatas, porque sé que hacen mucho daño pero desconozco si aportan algún beneficio. Cabe la posibilidad de que las garrapatas sí que aporten, pero los rufianes no. En otros ámbitos está Aznar, que no hace pensar en un animal, sino en que, como cantaba Cecilia, le gusta ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro.
Volviendo a los animales, y los hay con cuernos y también con cuernos retorcidos, el peligro de cometer injusticia está en el cerdo, porque como recuerda Pancracio Celdrán Gomariz a lo mejor llamamos cerdo a alguien que sólo es un chorizo. Puigdemont sería un mico y Torra un Yorkshire. Al presumido Borrell habría que regalarle un espejo y tampoco sé qué animal tiene esa costumbre. Rahola es como una gallina que siempre se va enfadada y aparentando dignidad. Ella.