Llama la atención la pancarta que afea
la fachada del ayuntamiento de Madrid en la que pone “Refugees
welcome”. Con ella pretende hacer creer la alcaldesa Carmena que
tiene un espíritu solidario. Pero que les pregunten a los antiguos
empleados de su marido o a las víctimas del terrorismo la opinión
que tienen de ella.
También he visto por la capital de
España a ciclistas circulando por las aceras como si tuvieran
derecho a hacerlo. Alguno me silbó con los labios para que me
apartara de su camino. Tenemos unos ediles que dicen, y llevan años
diciéndolo, que quieren hacer las ciudades más amables, y no se dan
cuenta, los muy burros, que las ciudades se justifican en las aceras.
Son espacios en los que debe reinar la cortesía; los viandantes
deberían respetar la preferencia de quien la tenga y se debería
poder deambular por ellas tratando de disfrutar de la vida, admirando
monumentos y fachadas, o conversando, tratando de no molestar a
nadie; con la llegada de la mala educación a las aceras, que antes
se daba sólo en la calzada entre conductores, y la irrupción de
las bicicletas estos espacios antaño destinados a la vida cívica,
se han convertido en una selva y la preocupación fundamental de sus
usuarios es volver a casa sin daño.
Vi en el metro de Madrid a un joven
barbado, que apenas me rozó con el pie me pidió perdón, pero que
se pasó el tiempo leyendo muy atentamente un libro de Monedero.
¿Cómo es que una persona aparentemente tan educada leyera el libro
de un maleducado? ¿Cómo es que un joven que tenía toda la traza de
ser un solvente universitario había gastado su dinero en la compra
de un libro que, conociendo a su autor, no puede ser más que una
tomadura de pelo? Que alguien no sólo se deje tomar el pelo, sino
que además pague por ello resulta asombroso.
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