El mundo realmente está podrido y dan ganas de bajarse. Nos quedan Corina y Edmundo, que ojalá triunfen y levanten con ello una oleada de admiración, con consecuencias palpables.
También nos quedan Felipe VI y Ayuso, que resisten las infames embestidas del patán, que gracias al PSOE preside el gobierno de España. Los españoles, gracias a estos dos, podemos ir con la cabeza alta. Pero si Elon Musk ha dicho que Starmer es despreciable, también puede decir lo mismo del Felón. Y si no lo dice él, lo digo yo.
La cuestión es que una banda de paquistaníes sometió a cientos de niñas, vejándolas, torturándolas, violándolas, durante un periodo cercano a los veinte años, ante la pasividad de la sociedad y de la policía. Ocurrió en el sur de Inglaterra y se hizo la vista gorda con la excusa de no recibir la acusación de racismo. Aquí se juntan el hambre y las ganas de comer. Es seguro que había una razón más poderosa y era el cargo que ambicionaba Starmer. Con tal de conseguirlo hizo la vista gorda al sufrimiento de esos cientos niñas, todas de extracción social muy baja, condenadas de antemano a malvivir, y por si les faltaba poco, aparecieron los malhechores y la gente infame, porque el fiscal será despreciable, pero todas las demás gentes del lugar, que lo tenían que saber, y callaron, son igual de despreciables.
Esta civilización ha perdido el oremus, ha perdido el norte, ha perdido todo. Una cosa es el don de la hospitalidad y otra muy distinta ser gilipollas. No se deben permitir inmigrantes que vengan con sus propias religiones. Toda religión que sea incompatible con la Constitución no debería ser admitida. Partiendo de bases firmes, se pueden alcanzar acuerdos con cualquiera. Sin ellas, no se debe ni comenzar a hablar. Mientras tanto, y puesto que el mal ya está dentro, la cuestión tiene que ver con el despertar.
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