Ya no saben qué inventar, decían en mis años mozos. Ahora quiere el Mocho, el de la pelambrera deslumbrante, un banco catalán al margen de España. Cualquier cosa con la que pueda entretener al personal le sirve.
Todo el mundo está esperando la caída de Sánchez, que ni siquiera Feijóo podrá evitar, pero hay unos pocos empeñados en buscar fórmulas que le sirvan. Los hay que intentan justificar el paso de Comunidades Autónomas a Comunidades Federadas, algo que es imposible porque partimos de una base que no es real, puesto que algunas comunidades tienen mucha ventaja sobre las demás, ventaja no lograda con su esfuerzo, sino que se les regaló. A Puigdemont, en cambio, no le interesa que caiga Sánchez, sino que lo quiere como presidente, pero en situación débil. Falta averiguar si este banco que pregona es factible y, en este caso, de donde piensa sacar el dinero para fundarlo, aunque me temo que espera que lo pague Sánchez, o sea los contribuyentes españoles. Tiene la llave de la caja, cuanto más daño haga a los españoles más contento está, y la idea del banco Puigdemont que quebrara a los pocos meses -o a los dos años, pero es dudoso que durara tanto- de su fundación es seguro que le parece una idea grandiosa.
El simple hecho de que tal y como están las cosas -las de España, las del catalanismo, las de Puigdemont- se haya planteado esta idea da noticia cierta de la situación. Me sorprende que los líderes españoles de la Oposición no hayan puesto en conocimiento de las autoridades de UE la particularidad de que la Constitución no ofrece modo alguno de destituir a un presidente sinvergüenza, dándose el caso de que no solo él lo es, sino que todos los ministros se comportan como tales.
¿Se habrá dado cuenta Feijóo del caso? ¿Lo habrán visto Aznar y Rajoy?
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