Si hay algo que destaca en él es su servilismo. Es de esos que saben que obedeciendo se suele llegar mucho más lejos que haciendo el camino solo. Su apego a la obediencia tuvo que se lo que lo llevó a ser nombrado para la Fiscalía General del Estado. También por la misma cuestión, presuntamente, delinquió. Una vez que el caso estuvo en manos de los jueces habría dimitido, pero de nuevo su naturaleza lo llevó a seguir obedeciendo.
No me meto en labores judiciales ni policiales sino que hago un relato de la situación. Y una vez que está formalmente imputado no es de recibo que aparezca en un acto solemne junto al Rey y la presidenta del CGPJ, que, dicho sea de paso, se despachó a gusto contra el gobierno y sus secuaces, a los que todo lo que dijo les entraría por una oreja y les saldría por la otra. Como a García Ortiz, al que no hay nada que le quite la sonrisa de la cara.
Nuestro personaje de hoy, sentado en la misma mesa que Isabel Perelló y Felipe VI, echó mano de palabras habituales en el mundo de la justicia, como las de que cree en la justicia y en la verdad, que si fueran ciertas en él, sencillamente, no habría acudido al acto, pero es que tampoco seguiría siendo fiscal general, porque habría dimitido en el momento en que correspondía. Sin embargo, ahí estaba él, con toda su cara dura, embruteciendo el acto, violentando a todos los demócratas, porque más de uno tenía que haber en el salón.
Es curioso lo que estamos pasando los españoles debido a que en la Constitución no hay ningún artículo que permita actuar en casos como el que no tenemos más remedio que soportar, debido a que sus redactores no quisieron prever el caso.
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