Había salido la flotilla, cuyo nombre es Global Sumud Flotilla hacia Gaza. Eran, o son, treinta los barcos, pero de entre sus componentes solo he podido averiguar dos nombres, Greta Thunberg y Ada Colau. Es de esperar que los demás estén a la altura de estas dos, aunque ellas, por sí mismas, sean capaces de hacer vomitar de espanto a los gazatíes.
Salieron los barcos de un puerto catalán, con todos los pasajeros enseñando sus banderas palestinas, o lo que fuera que enseñaran, que no sería nada bueno, cuando, de pronto, tuvieron que regresar, porque se giró un poco de corriente. Y así es la vida, porque quienes dicen que van a ayudar, pero en realidad van a hacerse publicidad, no pueden hacer ni una cosa ni otra. Es posible que los barceloneses vuelvan a votar a Ada Colau, porque son claramente autodestructivos y quizá puedan comparar con quién se acelera más la decadencia de Barcelona, antaño gran capital cultural y hogaño rumbo a la miseria a marchas forzadas.
Es posible que algún día logre llegar la flotilla a su destino y entonces sabremos con quien se han fotografiado más los lugareños, que estarán pendientes de que lleguen para situarse a su lado con la mejor de sus sonrisas. Les habrán pedido a los israelíes una pausa para las fotos, un asueto fugaz para el disfrute. Se sabe a ciencia cierta que esta flotilla, ni ninguno de sus viajeros por separado, va a preguntar por los rehenes y la alimentación que se les da. Los rehenes no les importan a los de la flotilla, ellos van allí, cuando no haya oleaje, para que sus nombres aparezcan en los principales medios del mundo, para poder brillar sobre todos. Brillarán, sin duda, ante toda la gente destructiva del mundo, ante todos los que disfrazan su odio de buenismo.
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