Dijo
Adenauer que “sólo será posible una época de paz y cooperación
si las ideas nacionalistas se excluyen de la política”. En España
todavía tenemos que soportar a los descendientes de Sabino Arana, a
los de Jorge Pujol y algunos otros por el estilo.
Ocurre
también que los hay que catalogan un sentimiento mezquino como
ideología y con eso ya creen que le han dado un barniz de nobleza.
Pues no. Lo que hacen es añadir estupidez a la infamia.
Es
el caso de esa alcaldesa del PNV que ha dimitido porque la ley le
obliga a poner la bandera española en el balcón del ayuntamiento y
alega que eso va en contra de sus convicciones. ¿Qué convicciones?
Eso es odio puro y duro.
Esa
ley que ella se niega a cumplir es habitual en todos los países del
mundo. En el suyo, que es España, el nacionalismo, esa ideología
tan nefasta según Adenauer y muchos otros, recibe un trato
preferente, que, lógicamente, los nacionalistas no agradecen, porque
si fueran capaces de agradecerlo, su ideología no sería tan mala.
En
su defensa, la tal alcaldesa invoca el artículo 16.1 de la
Constitución española, que dice que “se
garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los
individuos y las comunidades sin más limitación que la necesaria
para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”.
Y
resulta que a ella se le permite ser nacionalista, por lo que no se
le ha conculcado ningún derecho. Que pretenda pasar gato por liebre
es otra historia.
Los
militantes del PNV deberían hacer examen de conciencia y darse
cuenta de que el odio que sienten y que disfrazan de ideología es lo
que ha posibilitado la existencia de la banda terrorista. Y hay
alrededor de 400 actos terroristas por resolver. Deberían tomarse
esto último a pecho, si tuvieran vergüenza, y colaborar en lo
posible en su esclarecimiento.
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