Hay
que reconocer que los nacionalistas se adueñado de lo que podría
definirse como el mundo de las esencias, de tal modo que para estar a
la moda no queda más remedio que hacerse gilipollas, eso para el que
no lo sea ya de fábrica.
Rita
Barberá es una señora que lleva muchos años como alcaldesa de
Valencia, lo que da pie a que se le pueda criticar por muchas cosas,
pero que se aproveche que no habla valenciano para ello es de risa.
Tuvimos
un rey de España, y el suyo fue el segundo reinado más largo, que
jamás aprendió a hablar español y este detalle no mejoró ni
empeoró su gestión.
Uno
habla las lenguas que le da la gana, o que ha podido aprender, y eso
de dar o denegar cédulas de valencianía cae de lleno en el campo de
lo ridículo. Merece más la pena, por ejemplo, el carnet de donante
de órganos, o de médula ósea, o de sangre. Yo no sé si mis
vecinos tienen el carnet de valencianos o no, ni me interesa saberlo.
Lo que sí que me afecta es que sean buenos ciudadanos y paguen los
impuestos. Tampoco me importa que hablen o no valenciano, sino que
hay otros detalles mucho más interesantes.
Estas
manías que contagian los nacionalistas tienen consecuencias
económicas. Rita Barberá no habla valenciano, pero el ayuntamiento
de Valencia se ha gastado un dineral, o sea, impuestos de los
ciudadanos, en rotular todas las calles en valenciano. Muchas de
ellas llevaban siglos rotuladas en español sin que se hubiera muerto
nadie del susto, o sea que podían seguir igual unos cuantos siglos
más. Pero es que además, se puede dar la impresión engañosa, al
igual que ocurre en Barcelona, de que aquí nunca se ha hablado
español, lo cual es una solemne mentira.
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