viernes, 15 de abril de 2016

El indecente alcalde de Valencia

Si para desplazar a Rita Barberá de la alcaldía había que poner al mastuerzo que la ha sucedido más valdría que siguiera ella, con todo lo que eso significa.
En democracia, la ley está por encima de todo. El deseo de respetar las leyes equivale a la intención de respetar a los ciudadanos; a todos los ciudadanos sin excepción. En democracia, no se puede alegar que una ley es injusta, como pretexto para incumplirla, puesto que están previstos los cauces para modificar las leyes que se crea conveniente. Un demócrata siempre acepta las leyes, aunque no le gusten todas. En cambio, este alcalde de Valencia se sirve de artilugios legales, como alegar que no se trata de una bandera, sino de una pancarta, para burlar la ley, o sea, para burlarse de los ciudadanos que le pagan el sueldo.
He visto por las calles que muchos de los árboles que las hacen más acogedoras tienen puesto un cartel, atado con cordeles, escrito en una lengua que no entiendo ni quiero entender. Si el ayuntamiento me escamotea información, al no darla en la lengua que entiendo y que es la más usada en España, también debería descontarme una parte de los impuestos que me cobra. Del mismo modo, en el mobiliario urbano de Valencia o en muchos edificios dependientes del ayuntamiento o de la Generalidad Valenciana la información consta únicamente en esa lengua que no entiendo ni quiero entender y nadie tiene derecho a obligarme a que la aprenda. De modo que son más todavía los impuestos que deberían descontarme.
Por mucho que el presidente de la Generalidad Valenciana quiera bromear con el imperialismo de los catalufos, éste es innegable que existe. Es un imperialismo imbécil y trasnochado, pero cierto. Y el actual alcalde de Valencia es uno más de los caballos de Troya.
Cataluña ha dado al mundo personas sensatas y admirables, pero también un número ingente de pájaros de cuenta, ridículos, pero con licencia para cometer barbaridades.

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