«Han intentado domesticarnos», ha dicho
y no me parece probable que haya mucha gente dispuesta a acometer una
tarea que se presenta como hercúlea. No obstante, es un avance que
haya reconocido que está por desbravar.
Eso es evidente para toda aquella persona
que vaya por la vida con los ojos abiertos, aunque esos a los que Jon
Juaristi califica como majaretas apacibles se nieguen a verlo y se
dejen llevar por sus delirios furiosos.
Alguien que hace escraches (a Rosa Díez,
sin ir más lejos), amenaza (el miedo va a cambiar de bando), es
clasista (lúmpenes de clase mucho más baja que la nuestra), falta
al respeto a los contribuyentes (en la toma de posesión del escaño,
por poner un ejemplo entre muchos), o, para terminar por no alargar
demasiado la cosa, es incapaz de condenar a los regímenes de
Venezuela o Irán, es obvio que está muy lejos de tener principios
democráticos.
La democracia sólo es posible a partir
de un grado avanzado de civilización, y lo que pretende este sujeto,
sirviéndose de una formación de extrema izquierda, habilitada al
efecto para ese fin, es alcanzar el poder y no soltarlo jamás.
Sin contar con las mentiras que dijo
sobre su padre y su abuelo fueron represaliados, puesto que el
segundo fue juzgado por hacer sacas y su padre por pertenecer al
FRAP.
A la vista de sus antecedentes no es
extraño que sea más cercano a los etarras que a sus víctimas, ni
que cometiera la bajeza de calificar a Otegui como preso político.
Hay maestros a los que la naturaleza ha
dotado con una paciencia extraordinaria y son capaces de hacer
maravillas con los alumnos más difíciles, pero creo que incluso
éstos abandonarían la tarea de convertir a esta pieza en un hombre
de bien en el caso de que hubieran osado comenzarla.
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