Tengo que repetir, una vez más, que la
pena de muerte me parece una aberración, porque pone al Estado al
mismo nivel que al asesino. En segundo lugar, porque algunos de los
condenados a muerte son inocentes y una vez ejecutados el error ya no
tiene remedio.
Ocurre también, según cuentan quienes
están en el corredor de la muerte, que estar en ese sitio es una
muerte en vida. El corredor de la muerte es muy degradante.
Dicho lo anterior, añado que estoy
totalmente en contra de los juicios con jurado. La sociedad ofrece
formación a unas personas, los jueces, para que puedan entender la
conducta humana y dictaminar, o sea, juzgar. Con el paso del tiempo
van adquiriendo experiencia, lo que les permite ver casos más
complicados. Es decir, si la sociedad tiene unas personas preparadas
y especializadas para esos menesteres no es lógico que luego reduzca
su labor a la parte técnica y otorgue la responsabilidad a
ingenieros, médicos, topógrafos, filólogos o matemáticos, cuya
preparación está orientada hacia otros menesteres. Yo no sé
cuántos jueces habrían sido capaces de declarar culpable a Pablo
Ibar tras el juicio al que fue sometido.
Dicen las crónicas que el fiscal
dramatizó el caso en su discurso final. El crimen por el que se
juzgaba al acusado fue horrendo, lo cual conmueve a las personas
sensibles e incluso les despierta deseos de venganza contra el
supuesto asesino. A un profesional, es decir a un juez, esa
dramatización no le habría hecho mella, se habría fijado más en
las pruebas y en las evidencias, o en la falta de ellas.
Cuando alguien se va a someter a una
intervención quirúrgica y sabe que el cirujano es competente va más
tranquilo al quirófano. Del mismo modo, quien va a ser juzgado y se
sabe inocente preferiría un juez profesional. Si fuera culpable
vería más posibilidades de salir con bien con un jurado.
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