Se
ha instalado entre 'la gente', como dice una de las últimas
incorporaciones a la casta, la creencia de que todo el mundo tiene
derecho a opinar.
Es
cierto, todo el mundo tiene derecho a opinar, pero hay que añadir
que el respeto al prójimo impone que las opiniones que se emitan
tengan fundamento, porque si carecen de él no son respetables.
Parece
ser que el arte en el que este Gasol se desempeña bien se refiere al
manejo de un balón con las manos. Y también se intuye que allá en
los Estados Unidos, en donde reside, se ha hecho mejor jugador. Lo
que no consta es que el hecho de vivir en un país de gran raigambre
democrática le haya servido para mejorar en este sentido. Es una
pena, porque profundizar en las convicciones democráticas le hace a
uno mejor persona, por cuanto respeta las leyes y atiende a sus
obligaciones como ciudadano.
Sobre
los asuntos a los que se ha referido este artista con el balón en
las manos, lo ha hecho en repetidas ocasiones, con la maestría que
le caracteriza, Fernando Savater. Lo triste de estos tiempos de
incuria y atrevimiento, como diría Enrique Tierno Galván, es que la
opinión de un necio tenga más repercusión que la de un sabio.
Un
necio que sabe jugar al baloncesto tiene más influencia ante las
masas que un sabio que ha dedicado su vida a luchar por cosas serias,
renunciando con ello a ciertos beneficios materiales.
Así
están las cosas en esta España de nuestros pecados, en la que un
rey que quiere recuperar el prestigio que perdió absurdamente su
padre haciendo de chófer de un irresponsable llamado Mas, y este
apellido es un sarcasmo, porque en realidad es Menos.
Tendré
que explicarles a Gasol, y a los que piensan como él, que yo jamás
pitaré a un himno. Y que en España se vota sin parar. Continuamente
hay elecciones. Cuando no es para una cosa es para la otra.
Soy
consciente, por otra parte, de que Gasol tiene dos orejas: Una para
que le entren las cosas y otra para que le salgan.
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