Hay
que comenzar reconociendo que Sabino Fernández Campo tenía una gran
inteligencia y que mientras fue secretario general y luego Jefe de
la Casa del Rey, la puso al servicio de España. Mejor nos hubiera
ido a todos si el Rey, cuya inteligencia se percibe inferior, le
hubiera hecho caso. Pero parece ser que ni el instinto de
supervivencia ha funcionado bien en el monarca español.
Fue
defenestrado de forma traumática, cosa que es habitual en España,
en donde el correcto desempeño de las labores no se aprecia, sino
que se exige la fidelidad a la cadena de mando, haga lo que haga, y
así nos va. Son varios los que me han afirmado, en modo solemne, que
para llegar a este punto se necesitan convicciones profundas. Es
obvio que la palabra profundidad tiene unas connotaciones que, si se
medita bien, dan risa.
El
caso es que son varias las fuentes que dicen que Sabino Fernández
Campo no supo callar ante la injusticia de la que fue objeto. Una
cosa es ser muy inteligente y otra alcanzar la sabiduría, para lo
cual quizá no sea necesario tanto talento, sino tan sólo anhelar la
bondad.
El
que probablemente fue el más inteligente de todos los presidentes de
la democracia, pero que tampoco llegó a sabio, Leopoldo Calvo
Sotelo, dijo: “Si se hubiera hecho una investigación profunda del
23-F habría tenido que meter a 2000 en la cárcel. En algún sitio
tenía que trazar la raya”. Si hubiera metido a 2000 en la cárcel
la gente no se habría acostumbrado a la impunidad y la situación
catastrófica que vivimos ahora no se habría producido.
Al
final se ha sabido todo lo del Rey, pero no porque se lo haya contado
Sabino Fernández Campo a unas cuantas personas, alguna de ellas
sumamente retorcida, sino porque han salido a la luz espontáneamente,
por la fuerza de los hechos.
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