En
su artículo de hoy, el
fundador y ex director de El Mundo, dice lo siguiente:
«el
diálogo que mantuvimos a diario durante los treinta años en los que
primero te nombré jefe de sección, después te nombré redactor
jefe, después te nombré subdirector, después te nombré director
adjunto, después te nombré vicedirector y por fin respaldé la
decisión de la editora de nombrarte director, una vez consumada mi
destitución.»
Durante
treinta años Pedro J. estuvo
premiando y, por tanto, alentando la furia aduladora de quien
ha acabado por sustituirle en la dirección del periódico. Treinta
años es un periodo de tiempo suficientemente grande como para darse
cuenta de que la fidelidad no se la tenía a su persona, ni tampoco a
unas ideas, sino a la línea de mando. A Pedro J. no se le podía
escapar el detalle. Sorprende
que ahora no se dé cuenta de quiso jugar una partida y la perdió.
Puede
invocar el derecho al pataleo, pero eso no sirve para nada.
No
es la primera vez que ocurre algo de este tipo. Jesús Cacho, sin ir
más lejos, también fue descabalgado del medio que fundó. Lo contó
en un artículo titulado “El Confidencial: historia de una
fechoría”. Hubo
un medio en el que el más pelota de la redacción fue el encargado
de decirle a quien anteriorme había sido objeto de sus halagos, que
llevaba un tiempo destuido pero conservaba una columna en el medio,
que se le retiraba ésta.
Pedro
J. parece inquieto en su nueva situación; no acaba de encajar la
derrota. Es
como si al empezar la partida no hubiera calculado que la podía
perder. Eso
quita valor al gesto de emprenderla,
porque si no pensó que la podía perder tampoco fue consciente de
que corría un riesgo. Quizá
no fue tan valiente como se cree.
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