O sea, la que nos espera. Esta 'gente' no
tiene miramientos ni reparos. Cualquier día se llevarán también el
orinal al Congreso, para que todo sea natural, como la vida misma.
Para que 'la gente' se pueda sentir representada.
La fiambrera no. Seguro que a la hora de
comer no le hacen ascos al jamón de Jabugo, ese que la mayoría de
'la gente' no puede comer, a los buenos vinos, ni, por supuesto, a la
langosta.
Vienen dispuestos a convertir el Congreso
de los Diputados no en un lugar serio y honrado, sino en lo más
parecido al patio de un colegio de niños maleducados, en el que no
falten ni el repipí (y también retorcido), ni el niño de teta, al
que se utiliza para provocar y dar que hablar. Hay que montar el
numerito; 'eso es todo, señores', es el mensaje que llevan.
No llegan a la política con un mensaje
serio y la disposición para trabajar en beneficio de todos, tratando
de encontrar la mejor solución para cada uno de los problemas, sino
que lo suyo es montar un circo para distraer al personal y que nadie
se entere de sus verdaderos propósitos. Para conseguir lo que
pretenden cualquier cosa es buena si proporciona votos. Una vez que
tengan el poder, no hay nada de lo prometido. Sus propósitos son
obvios y causa asombro y causa asombro que hoy en día haya más de
cinco millones de personas que no se hayan dado cuenta. Estos tipos
tienen muy estudiados a Stalin, Lenin y compañía.
Por cierto, ahora que se está
cuestionando o prohibiendo la utilización de animales en los
numeritos circenses, ya se sabe, elefantes, tigres y todo eso, sería
cosa de ir pensando también en no utilizar tampoco a los niños para
actuaciones similares. Me refiero a los niños repipí, pero también
a los desmadrados. A las madres de los niños de pecho habría que
explicarles que sus hijos no son objetos.
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