He escrito muchas veces que no estoy de
acuerdo con la intromisión de la Iglesia en la vida pública y que
las creencias pertenecen al ámbito privado de cada uno y las
religiones no deberían traspasar esos límites. Ahora bien, si hay
algo sagrado en este mundo es lo que concierne a los niños.
Faltar al respeto a quienes mejores y más
bonitos tienen los sueños es pecado grave. Convertir, sin que haya
necesidad de ello, a un niño en adulto es una de las peores cosas
que se pueden hacer.
No cabe duda de que la fiesta de los
Reyes Magos tiene connotaciones religiosas, pero a los niños que no
les vengan con cuentos, para ellos es una fiesta mágica. Se trata de
unos seres mágicos que conocen al dedillo sus desvelos, su empeño
por agradarles, sus frustraciones, lo mal que se sienten cuando
piensan que los han hecho enfadar con alguna trastada que no podido
evitar hacer, lo comprensivos que son, porque no les piden todo lo
que quisieran, sino sólo un poco de lo que necesitan y muchas cosas
más por el estilo. Los niños están en conexión directa
mentalmente con los Reyes Magos. Se hablan y se entienden. Ellos
necesitan creer en los Reyes Magos, es más, saben que existen.
Y ahora vienen unas personas sectarias
que utilizan de forma dictatorial el poder que han obtenido
democráticamente y que más que en gobernar se centran en vengarse
de la derecha y les ha dado por dictaminar que la fiesta de los Reyes
Magos es una fiesta de la derecha, cuando es el día grande y soñado
de los niños.
Lo más serio y digno de respeto de
cualquier país es ese grupo de personitas que necesitan creer en que
existe algo bello, limpio y mágico. Cualquier intento de ensuciarlo
es moralmente reprobable.
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