En realidad, lo que pretende este pájaro
de cuenta, conocido como El Mocho, es mostrar superioridad moral con
respecto a España, pero esto sería sólo un efecto óptico, porque
¿cómo los iba a atender sino con dinero español?
No tiene competencias para asumir esa
iniciativa, que, por tanto, es inmoral. Es curioso que pretenda
parecer solidario mediante una actitud indecente, que además sabe
que no va tener ningún resultado. El caso es que los catalufos se lo
creen, lo que demuestra el grado de estupidez que ha logrado inocular
el nacionalismo en la sociedad catalana y que eso le ha servido para
salir en los periódicos generando más confusión, habida cuenta de
lo revuelto que está el patio, en donde el que más habla del amor
se lo niega al más guapo (eso nos salva por ahora de la catástrofe).
El nacionalismo nunca puede ser
solidario, puesto que es una ideología basada en el egoísmo más
primario, que tampoco duda en alimentarse del odio.
En España hay mucha gente que no puede
poner la calefacción en invierno ni la refrigeración en verano por
falta de presupuesto. Esta circunstancia puede ser mortal para
algunos. Y es sólo una de las muchas carencias que hay en nuestro
país. Y quienes las sufren han de ver cómo el dinero de los
impuestos, una parte de los cuales podría servir para aliviar sus
necesidades, se gasta en pagar políticos inútiles, en obligar a
estudiar lenguas que en la mayoría de los casos serán olvidadas
rápidamente, en embajadas estúpidas, referendos ilegales, y en
subvencionar asociaciones que promueven rancios imperialismos.
El rancio catalanismo está absorbiendo
unos recursos humanos y financieros que son necesarios para atender a
las personas normales que tienen necesidad.
Que Puigdemont, Junqueras, Raholeras y
otras eras quieran presumir de solidaridad es una burla indecente a
la solidaridad. Es una tomadura de pelo a los refugiados.
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