La capacidad camaleónica de los obispos
católicos es sobradamente conocida. Ellos saben lo que les conviene,
si no fuera así no habrían podido llegar a obispos. En algunos
casos esta versatilidad les ha creado problemas.
Esto
fue así en el caso de la Teología de la Liberación, en la que un
demagogo dijo: «Cuando
alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por
qué hay gente pobre me llamaron comunista».
¿Creería este señor que el marxismo puede resolver el problema? La
Teología de la Liberación no fue entendida por algún papa, pero se
conoce que ha dado paso a la Teología del Populismo, que sí que ha
tenido éxito, como lo prueba que uno de sus representantes haya
llegado a papa.
Con
los nacionalismos, en cambio, la Iglesia Católica nunca ha tenido
problemas. Si
el nacionalismo tiene el poder, el obispo del lugar se hace
nacionalista. Hubo
un obispo, apellidado Novell, que llegó a Solsona con las ideas
‘equivocadas’ y se puso de perfil ante los nacionalistas. Pero
los obispos son listos, así que este demostró que quienes le
nombraron no erraron al calcular su listeza. No
tardó mucho en darse cuenta y enseguida se convirtió en un
fervoroso nacionalista.
Franco
conocía bien a los obispos. A Olaechea, que era nacionalista en
Navarra, lo ascendió a arzobispo y lo mandó a Valencia. Fue mano de
santo. Ya nunca jamás volvió a ser nacionalista. El gilipollas de
Puig, en lugar de ensayar ante el espejo cómo ponerse el peluquín,
debería estudiar historia. Quizá
se diera cuenta de que no da pie con bola, pero puede ser que no se
enterara.
Volvamos
a los curas de nuevo, y al gusto español por importar cosas que no
sirven para nada. Así, por ejemplo, la monja Caram. Nacionalista y
populista, ¿alguien
da más? Ha caído en Cataluña, la región que era la más pobre de
España, pero encontró en el lloriqueo la fuente de la abundancia y
se convirtió en la más rica. Ahora va camino de volver a ser la más
pobre y cuando ocurra sus obispos serán sólo populistas.
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