Ni tampoco nunca. Según algunos
pensadores, como es el caso de Pannenberg, el ser humano es religioso
por naturaleza. Yo no lo creo así. En mi opinión, la religión tuvo
que surgir al ser consciente el ser humano de que tenía que morir y
de que estaba expuesto a muchos fenómenos que no podía controlar.
Poco a poco, se han ido encontrando
respuestas fuera de la religión y parece evidente que en el futuro
las religiones tendrán que decantarse por la racionalidad, olvidando
los dogmas y ciertos rituales.
Pero hay religiones que se aferran al
pasado y mantienen una serie de actitudes radicalmente injustas, como
es la de considerar a la mujer como un ser inferior, e incluso peor
aún, como un objeto.
En el mundo occidental y democrático los
hay que insisten en defender esas actitudes, con el peregrino
argumento de que es su cultura y hay que respetar sus creencias, etc.
Pues no. El mundo occidental debe atender
a todos los que lleguen, siempre que quepan, pero haciéndoles saber
cuales son las leyes a las que deben someterse y cuales son los
principios que han de aceptar.
En los países democráticos hay igualdad
ante la ley entre hombre y mujer, y cualquier intento de someter a
ésta es castigado. Incluso aunque ella consienta en someterse no
está permitido.
De modo que todos esos signos externos
que muestran a la mujer como dependiente del varón deben ser
prohibidos. Las obligan a taparse para que no las miren, o sea, las
consideran objetos, no personas cabales con capacidad para decidir lo
que quieren y lo que no.
En el libro ‘1978. El año en que
España cambió de piel’, digo que el Estado debería dictar unas
reglas por las que tuvieran que regirse las religiones que quisieran
establecerse en el país. Por ejemplo, no podrían tener ninguna
norma o precepto que fuera contra la Constitución. Quizá España
sola no pudiera hacerlo, porque no nos venderían petróleo, pero la
Unión Europea sí podría.
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