O sea, este presidente que nos ha tocado
a los valencianos en la rifa de las elecciones y mediante pactos con
algunos partidos impresentables, que el gobierno de la nación y el
de Cataluña cambien su actitud.
Esto es, si el gobierno central propone
que se cumpla ley, Puig le pide que cambie su actitud. Antes de
seguir adelante viene bien recordar lo que dijo Savater de él, y no
hay más remedio que convenir en que acertó de lleno puesto que se
refería a que sufre el bloqueo de funciones de cerebración
superior, y después de esto ya queda claro lo siguiente que dijo el
lerdo: “el PP ha sido una fábrica de crear independentistas”.
Claro que esta última memez no es suya, sino que la propagaron los
nacionalistas catalanes y Puig, como buen catalanista, la ha hecho
suya.
Este Puig no sabe cómo hacer para acudir
en auxilio de quienes un día u otro acabarán en la cárcel. Ve que
se han metido en un callejón sin salida y sufre. Él quisiera que
consiguieran sus propósitos, e incluso le gustaría que el engendro
ese que ni ha existido, ni existirá jamás, el de los países
catalanes, fuera una realidad, pero tiene que disimular esas
querencias para no perder el apoyo de sus electores.
Puig es, probablemente, el peor de los
secretarios generales que han tenido los socialistas valencianos,
pero ha tenido la suerte de estar en el sitio al ocurrir el desplome
del PP.
Me comentaba ayer un buen amigo que
trabaja allí que en el Reino Unido, de gran tradición democrática,
todo el mundo sabe que el cumplimiento de la ley es fundamental. Si
en un momento dado una ley no se considera adecuada se la intenta
cambiar por el procedimiento reglamentario. En democracia, la ley
está por encima de todo. Es dudoso que Puig, aunque viviera muchos
años en el Reino Unido, se diera cuenta de eso.
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