Aunque un paseante se pueda encontrar en
Barcelona algún rótulo en el que ponga este nombre, eso solo prueba
que hay gente que padece un tipo de delirio de difícil curación.
Más probable es la existencia de ese
dinosaurio catalán que dicen que han encontrado y cuya catalanidad
es indudable, porque seguramente llevaba la boina o gorra de payés.
Ahora solo falta que venga esa ristra de
historiadores comandados, o acaso solo acompañados, por el Tucurull
ese que tanto nos hace reír. Los otros de su cuerda, también. Lo
que ocurre es que al pensar en el dinero que se llevan por decir las
cosas que dicen y recordar que procede de las arcas del Estado, la
risa se vuelve amarga.
El tal Turucull, y los demás que son
como él, pueden demostrar, igual que han demostrado que Colón,
Santa Teresa, Cervantes, Aristóteles (en realidad era Aristotells),
o Mussolini (era Musol), e incluso Dios, son catalanes, podrán
probar que el hallazgo del titanosaurio se ha venido ocultando
durante todo el tiempo para que no se sepa que la patria catalana ya
existía en tiempos inmemoriales.
Los titanosaurios se movían de un modo
distinto a los demás animales prehistóricos, llevaban
premonitoriamente un lacito amarillo y eran odiados por el resto a
causa de que emitían sonidos diferentes a los del resto, y les
gustaban las monchetes con butifarra.
Es decir, lo de los titanosaurios e
incluso lo de que Dios es catalán puede tener un poso de verdad, un
agarradero en el que basar sus afirmaciones, pero lo de los países
catalanes, se pongan como se pongan, no hay por donde cogerlo.
La civilización, ya se sabe, el respeto
de la ley, el cumplimiento de las sentencias, llegó a Valencia con
el Tribunal de las Aguas, o sea, hace más de mil años, mientras que
en Cataluña todavía siguen con las costumbres de la época de los
titanosaurios.
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