Lacalle es un economista que se gana la
vida en la empresa privada y Sánchez es un político que se dice
economista y que es posible que algún día trabaje en la empresa
privada, a la vista de lo arraigada que está la costumbre de las
puertas giratorias, pero que si lo hace lo hará en condición de
florero.
Tal como él tiene a los ministros, al
astronauta por ejemplo. Pero no solo al astronauta.
Sánchez es un señor que jamás dice la
verdad, a pesar de eso los hay que lo creen cuando promete garantizar
las pensiones. Lo que sí que está haciendo, a la chita callando,
aunque salta a la vista, es endeudar a varias generaciones futuras.
El único modo de garantizar las pensiones es generar riqueza, porque
si no hay dinero no se pueden pagar. No hace falta saber tanta
Economía como Lacalle para darse cuenta de eso.
Se
pone serio Sánchez para tergiversar a Lacalle, para engañar a los
incautos que le creen, pero Cervantes ya pilló a los tipos como él:
«Cubre
el traidor sus malas intenciones/ con rostro grave y ademán
sincero,/ y adorna su traición con las razones/ de que se precia un
pecho verdadero.».
Por
más serio que se ponga Sánchez, sus antecedentes, ‘Doctor cum
Fraude’, y sus hechos, alianza con la peor ralea de España,
deberían poner sobre aviso a los electores, sobre todo a los
socialistas, porque ese es capaz de acabar con todo, no solo con
España y con el Estado del Bienestar, sino también con el PSOE. Con
todo.
Si
Lacalle denuncia el fraude, el peligro que nos acecha, le muerden, le
tergiversan, le atacan. Borrell
se indigna a veces, pero ahí está, de ministro en este gobierno
miserable. El que no se indigna es el astronauta. Marlasca tampoco.
La de Cabra sí, pero no con quien debe. Hay una ministra que tiene
tendencia a la risa floja, o sea, que es feliz en este gobierno.
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